Luis Gregorio Ramírez se hizo popular en Colombia bajo el nombre de “El monstruo de Tenerife” o “El hombre de la soga”, por usar en la mayoría de sus crímenes una cuerda para amarrar y asesinar a sus más de 60 víctimas.
El caso generó estupor en una sociedad acostumbrada a la sangre hace algunos años, cuando después de meses de seguimiento la policía logró dar con su paradero. Esta semana se conocieron los escalofriantes detalles de sus crímenes cometidos en un período de cinco años.
Ramírez escogía cuidadosamente a sus víctimas: hombres de entre 19 y 30 años, de no más de 1,70 metros y con un peso menor a los 60 kilos para poderlos manejar fácilmente.
Según la investigación, el delincuente se hacía amigo de sus víctimas -en la mayoría mototaxistas de pueblos de la costa norte de Colombia- a los que les arreglaba sus motos sin cobrar y luego les pedía que lo llevaran a lugares apartados, donde cometía sus crímenes.
Aprovechando que iba en la parte trasera del vehículo y después de conversar todo el camino con el conductor, de un momento a otro lo sujetaba por la garganta y lo asfixiaba hasta hacerle perder el conocimiento.
Las victimas despertaban amarradas con una soga del cuello hasta los tobillos; los colgaba de un árbol de forma tal que si dejaban caer las piernas se asfixiaban.
Una soga alrededor del cuello iba hasta los tobillos, con lo cual obligaba a que las piernas quedaran elevadas en un ángulo de 45 grados. Para no ahorcarse, la víctima debía realizar un gran esfuerzo para evitar bajar las piernas, ya que al hacerlo tensionaba la cuerda alrededor del cuello. Con el paso de las horas ya no podían resistir, dejaban caer las piernas y morían lentamente por asfixia.
En algunas ocasiones, Rodríguez enterraba los cuerpos. Otras veces los dejaba a la intemperie para que el calor los descompusiera. Además conservaba objetos personales de sus víctimas para coleccionarlas.
La semana pasada, este hombre fue condenado a 36 años de cárcel por tortura y asesinatos.