Una caricatura de origen ruso hecha en el año de 1968, basada en la historia de “La Sirenita” escrita por Hans Christian Andersen. El final no es el final feliz típico de las adaptaciones de Disney, pues esta versión se apega más a la historia original.
El mito de las sirenas ha existido desde que la humanidad cuenta cuentos. Para egipcios y griegos eran mitad mujer y mitad pájaro, la representación de la diosa Ba según unos y criaturas fantásticas que con sus cantos guiaban a los marineros a un destino fatal para otros, como nos recuerda la Odisea. No adoptarían su cola de pez hasta la edad media, pero aun seguirían siendo consideradas como criaturas engañosas y malvadas durante mucho tiempo. Hasta que en 1836 el danés Hans Christian Andersen se ganó el corazón de sus lectores con uno de sus mejores cuentos: La Sirenita.
El cuento va mucho más allá de la versión edulcorada de Disney y existen versiones de todo tipo adaptadas a diferentes culturas. Una de las más bellas es esta versión rusa de 1968.
Lejos de las grandes moles grises de su arquitectura y la rigidez de sus sistemas gubernamentales, los artistas rusos, especialmente los animadores, que son quienes nos ocupan aquí, se arriesgaron con obras de estética rompedora y en más de una ocasión, argumentos reivindicativos contra el sistema en que vivían, aun de forma velada. Esto no quiere decir que en la Europa occidental no hubiese grandes maestros, pero la influencia del “tío Walt” era demasiado importante para que triunfase cualquier cosa que se saliese de los cánones.
El mérito de esta preciosa película se le debe a Ivan Aksenchuk, director de casi una veintena de cortos, muchos de ellos para la prestigiosa productora Soyuzfilm, la más importante de la época soviética, que cosechó éxitos tanto dentro como fuera de sus fronteras. La libertad que el férreo gobierno de la URSS permitía al estudio fue clave, ya que permitió una enorme variedad de estilos de animación, desde la más tradicional a la más vanguardista.
Rusalochka se encuentra a caballo entre la animación tradicional y las ilustraciones típicas del folcklore ruso, repletas de figuras esbeltas y coloristas en parte inspiradas en las imágenes de las iglesias ortodoxas, siempre sorprendentes por ese aire inquietante, entre lo humano y lo divino.
En el corto, un grupo de turistas visita Copenaghe. Su guía les cuenta la triste historia de la Sirenita, el gran símbolo de la ciudad que homenajea la obra de Andersen. La historia adapta con bastante fidelidad el cuento original, en este caso no aparecen peces ni crustáceos cantarines, y la dulce sirenita perece convertida en espuma de mar por no ver morir a su amado, que la ha abandonado por otra. Como cuenta el propio narrador, una historia tan triste como hermosa.