Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, uno de los títeres favoritos de Pablo Escobar para realizar sus operaciones armadas en contra del pueblo colombiano, lo ha hecho de nuevo: en un video de tres minutos plagado de mentiras y calumnias asegura que la amenaza del comunismo le sopla en la nuca a Chile.
El delincuente confeso asesinó con sus propias manos a unas 250 personas y, ha dicho orgulloso, participó en otros 3.000 crímenes. Hoy se hace llamar el General de la Mafia, aun cuando cercanos a Escobar han revelado que no era más que un matón a sueldo que hacía el trabajo sucio, sin gran aporte intelectual más allá de cerrar la boca y apretar un gatillo.
Lejos de buscar la sombra y el anonimato después de 23 años de cárcel por sus crímenes, el delincuente que puso una bomba en un avión comercial para asesinar a un hombre que no viajaba ahí, se ha declarado activista político y cuenta con una comunidad de internet de casi 400.000 seguidores.
Montado en la moda de los “Narcos” y la apología de la figura de Pablo Escobar y la mitología del hampa colombiana que ha llegado a configurar una imagen de Robin Hood sobre uno de los hombres más sanguinarios en la historia de ese país, Popeye se ha dedicado a responder cuanta entrevista le pidan y a crear polémicas sobre los supuestos secretos que él guarda de aquella época.
Bajo los principios del sistema penal occidental, este delincuente ya pagó su condena y mientras no vuelva a delinquir, puede hacer todo lo que quiera. No es un delito que grabe videos desde su casa en Medellín, ciudad a la que aterrorizó por más de cinco años con atentados explosivos y una cacería sanguinaria en contra de la fuerza pública.
Ahora bien: la responsabilidad en este caso es periodística. ¿Realmente es importante dar espacio en la prensa a un hombre que no representa a ninguna agrupación y que hace apología de sus delitos? Una de las premisas del buen periodismo implica la confiabilidad de las fuentes de información. En este caso, su pasado delictual no es un impedimento per se, sin embargo, sus videos están plagados de mentiras y calumnias ocultas detrás de la cortina de humo de “lo vi en la cárcel” o “lo escuché de boca del Patrón”.
Esta semana, el delincuente del cartel de Medellín lanzó un video “advirtiendo” a Chile sobre la supuesta amenaza del “comunismo”. Desde su ignorancia mal intencionada, el sicario habla de generalidades vacías y pone como ejemplo la supuesta tragedia que el “comunismo” ha dejado en Ecuador y Bolivia, dos países con crecimiento récord durante los últimos años y ejemplo de buena administración destacados por diferentes organismos internacionales.
En tiempos de posverdad eso no importa: Popeye dice que Alejandro Guillier, un periodista más cercano a la centro derecha que a cualquier amenaza comunista, es un títere de las Farc, Cuba y Venezuela. Él, dice, lo sabe porque compartió con los líderes de la guerrilla en la cárcel, algo completamente falso. Para ilustrar estas mentiras, el asesino emplea además un falso tuit de Nicolás Maduro saludando al candidato oficialista.
El punto es que este video ha sido difundido por medios supuestamente serios de Chile que, se presume, buscan el click fácil y no la información veraz. Es cierto que todos los medios dependemos de un público para seguir funcionando. Esta lógica de mercado no puede ser una excusa para dar cobertura y espacios a la mentira y calumnia de un delincuente.
El periodismo, se ha dicho, es el ejercicio del sentido común. No hay grandes misterios en la labor informativa, solo valores profundos: el compromiso con la verdad y la buena fe. Abrir espacios para que un hombre que sigue empleando la violencia como modo de interacción social se aleja de esos preceptos y sigue el camino fácil del sensacionalismo.