Eran días calientes en Tierra Santa. Semanas atrás, el presidente norteamericano Donald Trump reconoció oficialmente Jerusalén como la capital de Israel, en un movimiento que supuso un giro en la tradicional política de Washington, que desde la fundación del estado judío en 1948 rehuyó posicionarse sobre el estatus de la delicada ciudad santa, probablemente el escollo más difícil para la resolución del conflicto palestinoisraelí. Aunque con menor dimensión de lo que se esperaba, los choques violentos entre jóvenes palestinos y las fuerzas de seguridad israelíes en Jerusalén, Cisjordania y Gaza abrieron de nuevo los telediarios de medio mundo. El guion se repetía: cocteles molotov, piedras y neumáticos en llamas frente a gases lacrimógenos, balas de goma y, en ocasiones, munición real. Casi una decena de palestinos muertos y centenares de heridos. Desde la sitiada Franja de Gaza, grupos salafistas –fuera del control de Hamás, que por ahora no está por la labor de empezar una nueva guerra- dispararon más de 40 proyectiles, haciendo sonar de nuevo las alarmas en localidades del sur de Israel. Los tambores de guerra retumbaban.
Como de costumbre, en la “burbuja” de Tel Aviv la tensión no alteró la rutina. Era viernes, víspera de shabbat, día de la semana en que el shuk (mercado) Ha’Karmel se llena hasta los topes de clientes ávidos de las mejores ofertas. A última hora, los mercaderes venden el género fresco a precio de saldo para desprenderse de la mercancía. A escasos metros del extremo sur del shuk, un grupo de mujeres árabes, con las cabezas cubiertas con hiyabs, conversaban ante la entrada de un centro cultural. En su interior se encontraban las integrantes del coro “Rana”, que ultimaban los preparativos para un breve concierto de presentación de su nuevo disco, un evento que sería filmado para lanzar un crowfunding internacional para recaudar fondos.
El coro, fundado hace 10 años en Yaffo –ciudad mixta árabe-judía al sur de Tel Aviv-, está compuesto por mujeres judías, musulmanas y cristianas de todas las edades y condiciones sociales. Al conversar con ellas y escuchar sus pegadizas y emotivas melodías vocales, uno se da cuenta de que lo de “Rana” va más allá de los eslóganes: “es una prueba viviente de que la música rompe barreras y facilita la coexistencia, el respeto mutuo y el entendimiento”, señalan en la nota promocional de su nuevo trabajo. Con los años se han dado a conocer en Israel y el extranjero, e incluso han compartido escenario con reconocidos artistas como Achinoam Nini (Noa) o la Israeli Andalusian Orchestra, entre otros.
Mientras terminaba de colocar a todas las integrantes en el escenario y ultimaba arreglos vocales, la directora del grupo, Mika Danny, explicó los orígenes de la formación: “cantamos juntas canciones de folk popular de la región en árabe y hebreo. Es algo raro y poco común, de hecho somos el único coro mixto en Israel”. Y precisó: “Cantar acerca a la gente. Cuando formas parte de un coro debes escuchar y sincronizarte, lo que supone un buen punto de partida para el diálogo. Así nos hemos convertido en una gran familia”. Danny, veterana judía israelí, asegura que juntas han pasado los peores episodios de guerras y atentados terroristas y han logrado sobrevivir como grupo: “no discutimos sobre política, somos mujeres con opiniones e historias distintas. Pero todas estamos de acuerdo en que no queremos matar, morir o enviar a nuestros hijos a la guerra”, afirmó. Y pese al indiscutible poder de los radicales en ambos bandos enfrentados, la directora de “Rana” aseguró que tras cada actuación “viene gente y nos dice que les dimos esperanza. Cuando nos ven cantar juntas, ven que si se puede”.
Como la mayoría de sus compañeras, Lubna Rifi, árabe cristiana de Yaffo, era capaz de expresarse a la perfección en inglés, hebreo y árabe. Empezó a cantar en “Rana” hace dos años, porque creía que debía hacer un cambio para ella, su comunidad y su ciudad: “vivir juntas no significa que haya una coexistencia real. No basta con vivir en el mismo barrio, sino que debes conocer a las personas y su cultura. Es la única manera para derribar muros y miedos, de ver las cosas de modo distinto”, apostilló. Rifi habló del conflicto permanente que tiene ella y el resto de “palestinos que vivimos en Israel, inmersos en una realidad donde nos sentimos diferentes todo el tiempo. Dije basta, y el coro fue la vía para encontrar un lugar para mí y a la vez influenciar a mi círculo, de decirle a los míos que podemos ser amigos de los judíos”. Rifi recordó uno de los peores episodios que vivieron juntas: “el año pasado hubo un ataque suicida en el paseo de Tel Aviv, y ocurrió minutos antes de nuestro ensayo semanal. Estábamos tan tristes que decidimos que, en lugar de cantar, dedicaríamos el tiempo a compartir nuestros sentimientos. Fue un alivio ver como árabes y judías compartíamos las mismas preocupaciones”. Reconoce que “Rana” es una pequeña burbuja que le da seguridad, aunque la realidad que las envuelve no se asemeja para nada al carácter tolerante del coro.
La judía Rakefet Lapid insistió en resaltar el ADN del coro: “no vinimos aquí a hablar sobre estar juntas. Amamos cantar, y a través de hacer lo que amamos, nos acercamos unas a otras”. Ésta miembro fundadora del coro cree que no se trata sobre en qué bando se encuentra cada una, sino sobre la necesidad de frenar la violencia: “los que mandan están interesados en mantener el poder. Son años de miedo y desconfianza, y ambos liderazgos hacen lo posible por mantener esta atmosfera”, afirmó Lapid. Y aclaró: “nosotras también desconfiábamos, las charlas que mantenemos ahora no son las mismas que diez años atrás. Tenemos ideas e historias diferentes, pero al final somos gente que queremos vivir. Estamos tan acostumbradas a pagar el precio de la guerra que no entendemos que significa pagar el precio por la paz”.
Irit Aharoni, también judía que se alistó al coro desde sus inicios, dijo que para ella fue “matar dos pájaros de un tiro: cantar y trabajar por la coexistencia, algo que me importaba especialmente”. Según sus propias palabras, “el problema es que unos temen a los otros. Cuando conoces al diferente te familiarizas, la ansiedad se rebaja y lo ves simplemente una persona, sin importar si es árabe o judía”. Aharoni reconoce que lo más complicado es ver y empatizar con el dolor del otro bando, pero dice que el entorno conflictivo “no interfiere en el amor y la compasión que tenemos unas por otras”.
Para Pauline Odeh, árabe cristiana y maestra de francés en Yaffo, cantar en “Rana” fue algo natural: “fui criada en una iglesia maronita, donde canté en el coro desde mi infancia. Crecí junto a vecinos judíos de origen marroquí”, remarcó sobre el carácter multicultural de su barrio. Odeh destacó el factor femenino de la agrupación: “las mujeres tenemos otra pespectiva, y probablemente somos más pacificas que los hombres. Estamos preparadas para aceptar la realidad y buscar soluciones”. La ilusión de Odeh ahora es que el público las apoye y sus melodías logren expandirse más allá de Oriente Próximo.
Segundos antes de interpretar una emotiva versión de la clásica canción hebrea “Hadgadia”, la árabe musulmana Alia Hattab, que animó a dos de sus hijas a unirse a “Rana”, explicó que esa mezcla especial que caracteriza al coro fue el factor que la convenció cuando escuchó sobre la iniciativa. “Viví toda la vida en un barrio que yo misma apodé kibutz galuyot: había árabes y judíos de origen iraquí, marroquí, yemení, e incluso búlgaros. De hecho mi nieta es fruto de una pareja mixta, y habla árabe, hebreo y búlgaro, como su otra abuela”. Hattab, de voz poderosa e inquebrantables ideales, contó que ahora todas las compañeras celebran juntas bodas, funerales, barmitzvás o cumpleaños sin distinción de credo o tradición. Antes de acercarse al micrófono, exclamó: “¡la paz solo la traeremos las mujeres!”.
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Ofer Laszewicki es un periodista multimedia catalán con residencia en Tel Aviv. Este artículo fue publicado originalmente en la revista Mozaika