La visita del Papa Francisco a Chile fue un fracaso. O al menos, así podría calificarse si se tratara de una banda de rock: escenarios vacíos, poco público, apatía y una larga lista de manifestaciones en contra de su visita, el costo que esta implicó para las arcas estatales y hasta en contra de los jerarcas locales de la iglesia católica.
En los últimos años, Chile ha presenciado una serie de denuncias de abusos sexuales de miembros de la iglesia a menores de edad y, lo que es peor, se ha conocido que en muchos casos las autoridades católicas han encubierto a a los acusados, dando la espalda a las víctimas.
El caso del sacerdote Fernando Karadima es emblemático: un cura de una iglesia de ricos que abusó de varios niños cuando era sacerdote y cuyo castigo fue simplemente retirarlo de la vida pública.
Por esto, la poca convocatoria del Papa argentino sorprendió a pocos en Chile. Al final de cuentas es el gerente general de una institución en decadencia en un país donde los crucifijos han sido reemplazados por los libros de historia. Y es obvio que el avance del conocimiento no ayuda a que su producto se venda: cuando la incertidumbre tiene una respuesta terrible pero científica, el misticismo pierde espacio y los brujos desaparecen.
En Chile el Papa se dio en la jeta contra la realidad: su misa en Maquehue, una comunidad cerca de Temuco, en territorio reivindicado por el pueblo Mapuche, los organizadores de su tour chileno esperaban 400.000 personas. Armaron escenarios, alquilaron baños portátiles, montaron vallas de seguridad y toda la parafernalia para recibir al Bill Gates de los rosarios. Llegó menos de la mitad del público. Ese mismo día, varias iglesias rurales fueron incendiadas. Los atacantes dejaron panfletos exigiendo la devolución de tierras usurpadas. Al final de cuentas Francisco es el representante de ese peso colonial: el hijo de los hijos de los hijos de la doctrina que sirvió para justificar un expolio. Y no, ya no basta con rezar ni amenazar con el infierno. Familias campesinas que nada tienen que perder sospechan que peor no pueden estar.
La misma prensa chilena -planchadora de sotanas por excelencia- se preguntó el porqué de la desidia. El periódico La Tercera habló con Elisabetta Piqué, periodista argentina y autora de una las primeras biografías sobre el Pontífice argentino Francisco, vida y revolución.
Esto dijo: “Es la sexta visita del Papa a América Latina, yo las hice todas, pero la verdad es que sorprende mucho, porque estamos en un país católico que parece que ya no es tan católico. La verdad es que ha sido bastante decepcionante, aunque se sabía que esto venía, porque había una Iglesia con una sangría de fieles”.

Foto aérea de una misa en Maipú que muestra la poca convocatoria de Francisco
Y Andrea Tornielli, editor de Vatican Insider y uno de los vaticanistas más cercanos a Jorge Mario Bergogli, también metió la cuchara:
“Se ve que en este país la Iglesia tiene un problema. Estamos en América Latina y yo no he visto muchísima gente en las calles, yo estuve en Colombia, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Brasil y el panorama era muy distinto”.
Y claro, si se la pasan violando niños, cómo quieren que la gente vaya a sus conciertos. En Chile el propio Papa puso las manos al fuego -y se quemó- por el obispo de Osorno, Juan Barros, que según las víctimas de los abusos del sacerdote Fernando Karadima fue un encubridor, porque sabía todo y nunca dijo nada.
Barros fue secretario de Karadima durante años, y algunas víctimas como Juan Carlos Cruz aseguran que él vio como les tocaba o les forzaba para besarlo. Barros lo niega todo y asegura contar con el apoyo del Papa. Y Francisco lo dejó clarísimo. Con cara muy seria, indignado con la polémica que ha arruinado al menos mediáticamente su viaje, aseguró ante los periodistas: “El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No una sola prueba en contra. Es todo calumnia. ¿Está claro?”
Por esto, de nada sirvió su faceta rockera ni sus salidas de protocolo. Los chilenos han dejado de creer en la iglesia católica y eso no lo arregla un gerente con bluyines y peinado a la moda.