Esta película de culto marcó el discurso de los años 70s. El filme comienza con una leyenda que revela tanto el procedimiento como las fuentes de Guy Debord: se han usado fragmentos de varias obras cinematográficas preexistentes desde un quiebre con su contexto original, así como un nuevo orden. Producciones de ficción de John Ford y Orson Welles acompasan visualmente la lectura de La Sociedad del espectáculo, la adaptación cinematográfica de la obra de mismo título del situacionista Guy Debord.
Guy Debord (1931-1994) fue un teórico político francés y miembro de la Internacional Situacionista. En esta obra, publicada en 1967, Debord discute la manera en la que la representación, desde las políticas capitalistas, se ha apropiado de la vida social, posicionando el espectáculo como terreno de juego en el que se gestan las relaciones humanas, ya no entre pares sino con las mercancías.
La sociedad del espectáculo se inscribe en un momento historiográfico conocido como la Historia social del arte. Fechado alrededor de la década de 1970, esta manera de hacer historia consistía en enfocarse en la cultura popular contemporánea, los medios masivos de comunicación, los planteamientos, desarrollos y alcances de la modernidad, y el arte como una forma más de imaginería de entre otras posibles. Hubo estudios sobre la comunicación visual, el diseño gráfico y el papel de los medios después de la Segunda Guerra Mundial, tópicos ausentes de las agendas de la alta cultura de la época. En ese entonces, la oferta cultural se vio multiplicada con la mercantilización capitalista, lo cual tuvo efectos en los campos de los estudios visuales, los cuales fueron forzados a ampliar sus objetos de estudio y a modificar sus jerarquías y cánones.
Seis años después de la aparición del texto, Debord se adentró en el lenguaje cinematográfico para transponer La sociedad del espectáculo. Formada por clips y material documental, la película muestra escenas sumamente contrastantes, que van desde la guerra y las estrategias armamentistas, hasta campañas publicitarias, de moda, imágenes y secuencias de mujeres hipersexualizadas y sueños aspiracionistas, sólo alcanzables a través de un poder adquisitivo desmedido. A casi 40 años de la aparición del libro, cabe preguntarnos: ¿qué tan vigentes son estas reflexiones en nuestro reino de las imágenes? Probablemente, su relectura resuene y arroje luz sobre nuestro contexto, así como otorgue pistas de resistencia.