Fragmentos de un discurso amoroso es el ensayo en el que Barthes apuesta por una escritura “de escenas” que representan cada una de las etapas del curioso ser amador. Esta corresponde a su definición de los celos.
CELOS. «Sentimiento que nace en el amor y que es producido por la creencia de que la persona amada prefiere a otro» (Littré).
El celoso de la novela no es Werther; es el señor Schmidt, el novio de Friederike, el hombre del mal humor. Los celos de Werther llegan a través de las imágenes (ver a Alberto rodear con el brazo el talle de Carlota), no del pensamiento. Se trata (y ahí está una de las bellezas del libro) de una disposición trágica y no psicológica. Werther no odia a Alberto; simplemente, Alberto ocupa una plaza deseada: es un adversario (un competidor, en sentido propio), no un enemigo: no es «odioso». En sus cartas a Guillermo, Werther se muestra poco celoso. Solamente cuando se deja la confidencia para pasar al relato final, ahí se hace aguda, acre, la rivalidad, como si los celos advinieran por ese simple pasaje del yo al él, de un discurso imaginario (saturado del otro) a un discurso del Otro —del que el Relato es la voz estatutaria—. Werther El narrador proustiano tiene poca relación con Werther. ¿Está solamente enamorado? Únicamente está celoso; en él no hay nada de «lunar» —salvo cuando ama, amorosamente, a la Madre (la abuela)—. Proust Tallemant
Werther es capturado por esta imagen: Carlota corta rebanadas de pan y las distribuye a sus hermanos y hermanas. Carlota es un pastel, y ese pastel se reparte: a cada uno su tajada: no soy el único —en nada soy el único, tengo hermanos, hermanas, debo compartir, debo inclinarme ante el reparto: ¿las diosas del Destino no son también las diosas del Reparto, las Parcas (de las que la última es la Muda, la Muerte)? Además, si no acepto la partición del ser amado niego su perfección, puesto que pertenece a la perfección de repartirse: Melite se reparte porque ella es perfecta, e Hiperión sufre por ello: «Mi tristeza verdaderamente carecía de límites. Fue preciso que me alejara». Así, sufro, dos veces: por el reparto mismo, y por mi impotencia para soportar su nobleza. Hölderlin
«Cuando amo, soy muy exclusivo», dice Freud (que se tomará aquí por arquetipo de la normalidad). Ser celoso es algo propio. Rechazar los celos («ser perfecto») es pues transgredir una ley. Zulayha intentó seducir a José y el marido no se indignó por ello; es preciso dar una explicación de ese escándalo: la escena transcurre en Egipto y Egipto está bajo un signo zodiacal que excluye los celos: Géminis. (Conformismo, inverso: no es más celoso, se condenan las exclusividades, se vive entre varios, etcétera —¡Realmente!—, ver qué pasa realmente: ¿y si me forzara a no ser más celoso por vergüenza de serlo? Son feos, son burgueses, los celos: son un afán indigno, un celo —y es este celo el que nosotros rechazamos—.) Freud Djedidi Etimología
Como celoso sufro cuatro veces: porque estoy celoso, porque me reprocho el estarlo, porque temo que mis celos hieran al otro, porque me dejo someter a una nadería: sufro por ser excluido, por ser agresivo, por ser loco y por ser ordinario.