Del afán imitador latinoamericano, no hay conducta más irresponsable que plagiar la mala maña de discriminar: será un espejo heredado del discurso colonial que sirvió para vaciar las tierras de este lado del mundo, pero hoy no es más que un butaco ramplón del arribista para creer que nada cuando si quiera flota.

La nueva maña es con Venezuela y los venezolanos. La maña de respuesta es similar: que sin son esto o lo otro y ellos, diáspora involuntaria, expulsados de su paraíso cheverongo por la ineptitud del bigotón, replican lo que reciben o a veces lo dan primero: en la malparidez del racismo no importa llegar primero, menos saber llegar.

La pregunta obvia en una situación así es ¿por qué? ¿qué lleva a una persona a creer que es mejor que otra por el lugar en donde nació? La respuesta obvia también habla de ignorancia. El dicho manilargo dice eso de que el racismo se cura viajando, que la ignorancia leyendo y así. Pues no tanto: por la historia de la humanidad hemos visto desfilar a millones de esqueletos que antes de serlo viajaron y leyeron y no dejaron de ser unos talporcuales.

Aún así, acá algunas claves -sin sol- para entender porqué hay gente ninguneando venecos.

-Así de golpe

Esta teoría también podría llamarse “entiéndannos que somos brutos” o “es que nunca antes pudimos” y se aplica principalmente para Perú y Colombia, dos países históricamente ignorados por las corrientes migratorias. Especialmente en el caso colombiano: un paisito maltrecho de tanto pumpum que nunca antes en su historia reciente recibió inmigrantes y que, por el contrario, se ha dedicado a exportarlos con esa costumbre tan suya de matar. Entonces, de golpe, así sin avisar, le llegan nuevos ciudadanos y el colombiano desconfía porque si algo ha aprendido además de matar es a desconfiar. No es que sea un país racista, es que no es buen anfitrión porque no sabe serlo.  Perú, un Colombia menos desarrollado en términos de guerra, pasa por algo similar: más allá del desfiladero de gringos canillas blancas por Cuzco y alrededores, el país no recibía tanto inmigrante desde la llegada de los chinos allá por el siglo XIX. A esto hay que sumarle la vocación racista de sus élites blancoides que insistieron en la superioridad racial frente a la indiamenta para poder gobernar una tierra que no era suya.

– La falacia de la diferencia

Desde que las tierras de este lado se hicieron naciones con sus respectivos sátrapas, el discurso del distinto sirvió para cuidar el fundo. Que usté si es indio pero no de esos indios. Que usté si es negro pero no de esos negros. Que somos otros, somos de los García de Toledo, no de los de Ávila. Y así: divide y reina, aunque sea un poquito. Hoy el mestizaje nos muestra igualitos frente al espejo pero convencidos de que somos otros. De que cuando usté cruza la cerca se encuentra con una tribu de mañas raras que dizque le dice hallaca al tamal.

-El consuelo mentiroso de la superioridad

Con el embeleco de la diferencia viene, cómo no, la mentira de la superioridad. No solo somos diferentes, sino que nuestras arepas son más sabrosas. Si algo han hecho las élites forjadoras de los estados latinoamericanos es repartir orgullo patrio como si fuera guarapo. Veamos el caso de Chile, un Estado que no asegura derechos, que no entrega más que deberes y por el que más de uno está dispuesto a darse en la jeta bajo ese lema irresponsable de su bandera: Por la razón o la fuerza. Embutiendo la idea de que a este lado de la cerca somos mejores, nos han engatusado para olvidar que la pelea no es con el vecino, sino con el que oprime. La mentira de la superioridad ha tenido la ayuda floja de los deportes y el espíritu competidor bajo el cual emparentamos un partido de fútbol con una sociedad.

-Yo solo quería ser popular

No falta en estos casos el que, como Vicente, va pa donde va la gente. Cual bobo mirando un globo va, embrutecido por la mayoría, por el colectivo, por un promedio medio mediocre y dice sin pensar que es que los venezolanos son ladrones y las venezolanas putas, tirando la segunda piedra porque vio al primero. Y las cosas malas son cadena, ola, eco.

-Consuelo de la tragedia ajena

Como suele decirse que el pasto del vecino es más verde, cuando está más malo que el nuestro, una alegría malsana nos invade: ja, no es que yo esté bien, es que el de al lado está peor. Entonces algo de esos racistas de macetero está basado en la conformidad de la desgracia del otro, que me hace ver que comer mierda no es malo mientras sea tres veces al día. A este discurso rabón contribuye la tracalada política diciendo que mire que vamos a ser como Venezuela. Lo dijo Piñera en las elecciones chilenas, lo ha dicho Uribe con la amenaza del CastroChavismoFariano. Entonces estos racistas están felices con que llegue una diáspora dolida y maltratada, a la que maltratar, porque son ejemplo de aquello que no quieren ser, como si los políticos de ultra derecha que los han gobernado hubiesen convertido sus países en el Tercer Reich antes de la guerra.

-Mejorando la raza

Aquello del discurso colonial suena a frijol trasnochado y no. Desconocer que en América Latina hay un complejo de inferioridad que asume la blancura de la piel como una prueba de superioridad es hacerse el pendejo porque todos hemos escuchado eso de que alguien está mejorando la raza cuando se mete con alguien más lechoso que él. Sabemos que la deshumanización del coloreado -negro, cobre o mestizo- se usó para validar el robo, pero hoy es solo un recuerdo desvelado que algunos aplican como consuelo por ser tan pobres como aquel que quieren discriminar. Un buen caso de esto es Chile, donde la tropicalización de sus calles los agarró en ayunas y haitianos, colombianos y dominicanos dieron la negritud ausente a un país desteñido.

El migrante económico pocas veces es blanco. Muy simple: el blanco de estos países heredó capital, heredó educación y esas condiciones le permiten ser, casi siempre, más afortunado que sus compatriotas menos blanco. Siendo básicos, podríamos hablar de un pantone de la pobreza.

-Si me das, yo también te doy

Cuando la corriente fluía para el otro lado, también hubo discriminación: los colombianos que fueron a encontrar su América en Venezuela durante los años de bonanza muchas veces enfrentaron la discriminación y xenofobia. Esto no justifica de ninguna forma el maltrato al inmigrante, solo explica que en el inconsciente colectivo perdure aquella idea de enemistad, de pequeña venganza porque ahora que no somos los jodidos, podemos joder. Entonces aparece la idea del “derecho a discriminar” como si esto fuera parte de las libertades dentro de aquel mal llamado equilibrio patrio.