Seguir preguntándose qué quiere el ELN es cada vez más difícil de sostener como pregunta de debate, pues está claro que sí hay algo que no quiere es la paz. Al menos en los término que se acordó con las Farc en La Habana.

Pocas horas después de anunciar un cese al fuego supuestamente para homenajear a la población civil, el ELN atacó con bombas una caravana del ejército, matando a cinco soldados e hiriendo a 10 más.  El ataque terrorista hace parte de una escalada reciente que ha reactivado la violencia en un país que trata de acostumbrarse a vivir en paz.

Con estos nuevos atentados, el margen de maniobra del presidente Juan Manuel Santos se reduce prácticamente a cero, pues resulta insostenible mantener un diálogo con una guerrilla que se empeña en asesinar soldados y policías.

Si la guerrilla pretende fortalecer su posición mostrando su poder de guerra para llegar a un nuevo diálogo, en la práctica sus hechos están cerrando las opciones del conflicto a una sola: la vía armada por la cual el grupo no tiene ninguna posibilidad real de hacerse con el poder y, como le pasó a las Farc, verá diezmada su fuerza y caudal político.

En esa línea, el juego del ELN solo favorece a la oposición del presidente Santos y a quienes han encontrado en el discurso de guerra un sustento político. En pocas palabras, a la derecha dura representada por Álvaro Uribe y sus seguidores, que en cada atentado encuentran un respaldo fáctico a sus palabras sobre la “amenaza del castro chavismo”.

En plena campaña electoral, la guerrilla podría fortalecer la idea de que se necesita una mano fuerte que patee el tablero, cancele los diálogos y emplee la fuerza pública para frenar al grupo delictivo. Esto afectaría el cumplimiento de lo acordado en La Habana entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las Farc, básicamente porque solo fortalecería a sus detractores.

El ELN parece solo cumplir con el deseo minoritario de la guerra social como mecanismo de cambio. Es cierto que Colombia es un país desigual y corrupto, en donde la impunidad pasea a lado y lado del arco político y la injusticia social ha alimentado el conflicto. Sin embargo, las acciones de guerra parecen obedecer solo a un “deber ser” de la guerrilla más que a una opción real de salida. Desconocer el monopolio legal de la violencia ejerciendo más violencia solo ratifica la supuesta legitimidad de la primera. 

El presidente Santos se encuentra ante la encrucijada de suspender o no los diálogos con la guerrilla. Su Nobel de la Paz bien puede ser una razón para hacerse el ciego, sin embargo, existe la creciente idea de que ese grupo solo ha aprovechado el tiempo para fortalecerse militarmente mientras finge un diálogo de paz en Quito. 

A seis meses de acabar su gestión, Santos optará por dejar ese problema como una pesada herencia a su sucesor. Por eso, la guerrilla podría estar ayudando a elegir a su peor enemigo. Esto podría también ser deseado para ellos: fortaleciendo al enemigo se puede vender más fácil la idea de que una guerrilla es justa y necesaria. 

Detrás de todo, al final, está el lucrativo negocio del narcotráfico. Oculto con una bandera de lucha social, el tráfico de droga sigue siendo una de las formas de vida de los líderes guerrilleros. 

Lo peligroso es que el ELN no solo podría estar cometiendo un suicidio, sino que en el camino podría estar forjando el final del tratado de paz con las Farc y la reactivación del conflicto más antiguo de América.