Hablar de la importancia literaria de Gabriel García Márquez es perder el tiempo. Su obra se sostiene por sí misma y el grado de universalidad que alcanzó el trabajo del escritor nacido en el pequeño pueblo de Aracataca, en el Caribe colombiano, tiene el reconocimiento de la crítica y la académica, y todo lo que podamos decir sobre este sería redundar.
Hay, en cambio, una otra faceta del escritor que parece haber sido dejada de lado en estos últimos días, cuando su muerte avivó las reflexiones sobre el rol que tuvo el papá del realismo mágico como corriente literaria: sus víctimas.
En un país marcado por un conflicto interno, azotado por la violencia que el propio García Márquez relató en sus novelas -como tema principal en Relato de un secuestro, o como una cortina de fondo en Cien años de soledad donde el coronel Aureliano Buendía protagonizó la génesis del conflicto en la guerra de los mil días de fines del siglo XIX- hablar de las víctimas de Gabo puede ser complicado.
Más aún si hablamos del García Márquez político. El que salió al exilio mexicano desde Bogotá en marzo de 1981 -un año antes de ganar el premio Nobel- empujado por los rumores que hablaban de su posible arresto por supuestamente haber mediado entre la guerrilla del M-19 y el gobierno de Cuba.
Pero no: las víctimas de García Márquez no están muertas. No han sido torturadas ni han sufrido algún daño físico que se le pueda atribuir al Nobel. Las víctimas de García Márquez ni siquiera caben dentro de la definición de víctimas y si así las nombramos es porque el mal -entre comillas-causado/derivado/atribuído al escritor cambió sus vidas como lo hace una tragedia.
Incontables lectores se convirtieron en amantes secretos y no tanto del hijo del telegrafista de Aracataca y cautivados por esa vida de periodista que se convierte en escritor que se convierte en cronista de las desventuras de una nación que de alguna forma recrea la tragedia universal de estar vivos se han ido detrás de la ilusión de la escritura, imitando al Nobel en forma, fondo y, lo que es peor o más profundo si es que esa puede ser la palabra, en el modus vivendi.
Así, la experiencia garciamarquiana ha movido gentes de todo el planeta hacia las letras con una pasión poderosa que los llevó más allá de la práxis lectora para embelesarlos con la promesa de la buena vida que se vive para después ser relatada, para contarla.
Los vemos en las redacciones de los periódicos del mundo, en las revistas, en los escaparates de las librerías con sus pequeñas hojarascas e incluso en sus casas, soñando frente a un teclado con seguir el camino que abrió García Márquez para la literatura latinoamericana.
El fenómeno no es nuevo y el propio Gabriel José de la Concordia fue víctima de sus lecturas furiosas de William Faulkner cuando recorría Bogotá montado en un tranvía y -según su relato- pasaba los domingos en esa fría ciudad haciendo los recorridos de ida y vuelta hasta que cayera la tarde leyendo la obra del escritor estadounidense.
En el caso del colombiano el fenómeno fue más allá: la masividad de su obra y su génesis latinoamericana tuvieron un efecto multiplicador entre sus lectores/amantes, que no sólo se vieron retratados en sus historias que aterrizaban mitos continentales para darles el sustento de la realidad literaria -como las mujeres que se iban al cielo envueltas en sábanas blancas- sino que además vieron en este periodista una especie de héroe ciudadano capaz de decir verdades tan simples y ocultas como esa vieja frase de que el día que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo.
Y claro: no hay cama para tanta gente. Algo de eso ya lo sabe Isabel Allende, una de sus víctimas más famosas: imitar a García Márquez no te hace García Márquez. Lo que no es malo en sí. Por el contrario, sus víctimas son a la vez una suerte de bendecidos pues el escritor colombiano logró encantarlos con un oficio, darles una pasión que mueva sus vidas y que, en el ejercicio de la misma si hablamos del periodismo, pueda cambiar un poco esta torcida realidad latinoamericana.
Imagen: Dangrissom Art and Design