Puede resultar enfadoso pero necesario enmarcar cada nuevo trabajo de un creador con lo que hizo antes y acaso desde ahí echar luz a lo que llega. Así, de Matthew Weiner antes de hablar de su residencia en Yaddo, se dirá primero –como lo hace el cintillo del libro– que fue creador de Mad Men, una de las últimas series de la Tercera Edad de Oro de la Televisión. Se diría al hablar de Absolutamente Heather (Seix Barral 2018) que su autor brindó al mundo escenas antológicas situadas en un suburbio neoyorquino antes que referir su fascinación por el gran retratista de Ossining, John Cheever. Hay quien cree que la mejor literatura está en la televisión y que ésta se instaló durante bastante tiempo en la teleserie de AMC.
En una entrevista publicada en el libro Mad men o la frágil belleza de los sueños en Madison Avenue (Errata Naturae 2015), Weiner confesaba que la de Cheever era una voz como la que sonaba en su cabeza. Ya algunos detalles de la teleserie lo dejaban entrever, ahora su escritura lo confirma. Breve como es, la novela de Weiner comprime en el relato del crecimiento de una chica, los detalles que atemorizan a sus padres desde que un chico de la obra de remodelación del edificio en que viven comience a rondarla cual depredador. Sin apenas diálogos y fragmentando la narración, con solvencia Weiner hace avanzar la historia gracias a un narrador que deja entrever su tradición. Atrás quedó la enseñanza que el propio David Chase hiciera a Weiner: no nos digas que un hombre camina atemorizado por un pasillo, muestranoslo.
La discusión sobre la narración en los relatos audiovisuales ronda el problema de hablar, precisamente, de un narrador, aquel que enuncie la historia. El Gran imaginador, diría Laffay, o el observador invisible, diría Pudovkin. En Mad Men acudíamos mediante la cámara a un relato que a veces nos mostraba cómo Don tocaba el pasto donde bailaba la maestra de sus hijos o de qué manera la alucinación por cansancio presentaba a un fantasmagórico Cooper recitando una frase de Kerouac; pero lo hacíamos sin alguien que mediara en la historia. Salvo los diarios de Don y su voz en off durante la maravillosa cuarta temporada, la historia estaba confiada en lo que veíamos y en lo que sus personajes dijeran en la representación, por mucho que a ratos el montaje emulara, por ejemplo, cuentos como aquel de “El marido rural”. Por eso es de resaltar que el salto a la novela le hiciera aterrizar en el otro extremo: la pura y dura narración. Ahí donde Weiner nada, Pizzolato se ahoga.
Sin embargo, si como decía Vila-Matas, Mad Men fue la gran novela en relatos de la televisión, en este salto de la televisión a la literatura pesa esa fascinación por el fragmento y la acumulación. Dividida en cinco apartados y en una enorme fragmentación por párrafos –que a veces focalizan al padre y otras a la madre, la hija o el acechador–, Absolutamente Heather, más que en ejercer efectos relacionados con el tiempo, halla su singularidad en el retrato que Weiner hace de ese matrimonio que, como piensa la hija, tienen cafeteras y cajas registradoras donde deberían tener el corazón; un matrimonio enclenque pese a la imagen que de sí mismos proyectan, y el cual, como el edificio en que viven, se halla rodeado por un andamiaje de temor y tristeza que los envuelve en un ascendente calor y sin apenas luz exterior. Desde la mirada perversa o el enrarecido cariño, observamos cómo Heather crece y se revela, de modo similar con el que antes vimos la debacle de un publicista o la vuelta a casa de un nadador.
Imanol Martínez (@imanolmartinezg) es dramaturgo y narrador mexicano. Cursó el máster en Creación Literaria de la Univeristat Pompeu Fabra en Barcelona. Es coordinador y programador en el Festival de la Joven Dramaturgia. Obras suyas se han publicado en la revista Tramoya y en la colección Emiratos de Herring Publishers.