Lo que el escritor mexicano Alejandro Carrillo hizo con su novela Adiós a Dylan (Premio Mauricio Achar 2016) es más que una obra influenciada por Bob Dylan como figura de idolatría. Quien se encuentre ante su lectura puede creer que se trata de un homenaje de otro de tantos aficionados; otro Bobcat apasionado. Y puede que sea cierto; que frente a lo que supone la figura del ganador del Premio Nobel de Literatura 2016, la novela no sea más que otra ofrenda puesta a los pies de una efigie labrada de oro y plata. Pero lo que ocurre entre las páginas del relato consigue trascender la superficialidad de la referencia para devolver un texto en cuya voz se distingue a Dylan vuelto esencia; donde la música se ha inoculado en las venas literarias del autor y ha sido expulsada de su cuerpo como sudor, tal vez como sangre, y, ante todo, como la materia prima de una estética que exalta a la escritura como mecanismo para combatir el dolor.
No es gratuito que ya desde el título se anticipe la posibilidad de una renuncia: la palabra “adiós” convoca a la nostalgia; el nombre del cantante hace suponer la caída de un ideal inalcanzable. Sí, tal es el tema de la novela: la pérdida de cualquier asidero (no queda sino caer –más bien arrojarse– al abismo, al naufragio, buscar una existencia mundana, una flagelación constante, un perpetuo clamar por la llegada de la salvación). Pero estos motivos son apenas el comienzo de un relato de iniciación, es decir, de un viaje guiado por la figura de Bob Dylan como ser mitológico, Bob Dylan como letanía profana; Bob Dylan como sendero hacia el infierno, Bob Dylan como purgatorio, Bob Dylan como profeta, Bob Dylan como adversario definitivo en el ascenso hacia la libertad.
Para conducir al lector por esta senda vindicatoria, la novela cuenta la historia de Omar, un joven de diecinueve años que no sólo ha encontrado en su afición por Dylan el sentido absoluto de su existencia, sino que ha convertido su deseo de llenar el gran vacío de su vida con un amorío de ciega voracidad por Sara, el ideal de pureza, la musa impoluta, la diosa encarnada en una chica que, además de llamarse igual que la primera esposa de Dylan, vive de hacer vídeos porno ante la webcam. Esta relación ofrece a Omar la tentación de vivir lo que siempre ha querido: una vida llena (de sexo, de violencia, de mierda y desolación), o dicho de otra forma, una vida mundana; «algo real».
El resultado, a nivel de composición y estructura, es hasta cierto punto previsible: un relato de trama vagabunda cuya narrativa no parece tener rumbo fijo, pero que, lejos de avanzar en soledad, encuentra compañía y respaldo en la música de Dylan. Así, los títulos de canciones como “Not Dark Yet”, “Just Like a Woman”, “Shelter from the Storm” y “Like a Rolling Stone” sirven de título a los capítulos que componen las tres partes del relato. Pero atención: este soundtrack es, a la vez, soporte espiritual y explicación alegórica de lo que acontece durante la odisea de Omar, de tal forma que libro y música, si se leen y se escuchan a la par, pueden incluso apreciarse como extensiones recíprocas la una de la otra.
A través de sus artificios narrativos, Alejandro Carrillo no parece tanto desear la integración de diversos lenguajes mediáticos en la obra; por el contrario, su interés se centra en la construcción de una voz directa, precisa, como golpes certeros; golpes de realidad. He aquí donde me parece que Adiós a Dylan muestra su verdadero músculo: El autor habla desde la entraña, te dice las cosas “al chile”, tal y como son, en un ejercicio que depura el lenguaje de todo adorno, lo desnuda (o más bien lo encuera), lo exhibe (o hace que los lectores saquemos nuestro lado voyeurista para mirarlo, sin vergüenza) y no se guarda nada ni para la imaginación menos pudorosa.
Tal carencia de recato alguno se debe, en gran medida, al uso la oralidad como registro primordial del texto. Pero esto no sólo es utilizado como parte de una posible tendencia estilística que reivindica al habla popular (que como efecto alterno, suele convierte en un modo de cuestionar los estereotipo del lenguaje literario); se trata también de una postura estética que Alejandro Carrillo se ha encargado de promover bajo el nombre de “escritura de pelea”. En pocas palabras, éste estilo narrativo puede definirse como un método que establece símiles entre el proceso de creación literaria y algunos fundamentos del kickboxing, de tal forma que el narrador se convierte en un púgil que, al enfrentarse al relato, combate contra su dolor, sus miedos y sus sombras. En palabras del propio autor, en la escritura de pelea, “si el escritor pelea con valor, el lector se verá arrastrado por la fuerza de la pelea y lo acompañará con riesgos; sudando y peleando para llegar al knockout final donde se encuentra la transformación”.
La escritura de pelea, además de buscar una conexión íntima con el lector, que genere interés desde el principio hasta el final del relato, centra gran parte de sus esfuerzos en la construcción de la voz narrativa. Lo que queremos escuchar (a través de las letras) es el habla de los personajes; que se sienten a nuestro lado en la barra de la cantina, que nos cuenten sus penas, que nos involucren en su vivencia, que su experiencia se nos meta debajo de la piel. Al sentirnos tan cercanos al núcleo de sus penas, los personajes terminan convirtiéndose en el reflejo de nuestra sombra, nuestros deseos y motivaciones; nuestros monstruos a vencer.
Es por eso que, al conocer los sufrimientos de Omar hasta volverlos propios, queremos acompañarlo en su emerger de las tinieblas. Tenderle la mano y decirle que, a pesar de que crecer es uno de los contrincantes más difíciles de esquivar, de golpear y de vencer en los cuadriláteros de la vida, al final vale la pena levantarse y respirar y volver a la batalla todas las veces que sean necesarias. Aunque, claro está, para ello habrá que derrumbar todo mito cimentado en falsos ideales. De eso se trata todo esto: decir adiós a Dylan es liberarse de las ataduras que paralizan, que ciegan y que amordazan. Decir adiós a Dylan y elegir vivir verdaderamente. Decir adiós a Dylan es renacer. (O como dice el propio Alejandro Carrillo entre las páginas del libro: “El dolor es la única cosa y cada quien debe enfrentar su propio diablo”. Y parafraseando al Dylan que, finalmente habla (y canta) entre sus páginas: “Nobody can say anything to help anybody. Just you”.)
Autor: Alejandro Carrillo
Editorial: Literatura Random House
Tapa blanda, 264 páginas
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Luis Enrique Vilches (León, Guanajuato, México, 1990), mejor conocido como Bixos (@elecastrov), estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana León y Creación Literaria en la Universitat Pompeu Fabra. Algunos textos de su autoría han aparecido en medios como ViceVersa Magazine, Literal Magazine, Cultura Colectiva y la antología de cuentos Papel de Estraza (Endira 2017). Puedes seguir sus huellas digitales en su blog www.nidodebixos.com