En una época en la que todos pelean por ser los mejores ya no hay sitio para jugadores como Ronaldinho. El portoalegrense, pegado a la banda izquierda, aunque con libertad para moverse por todo el campo, era otra cosa. Más que ganar, a Ronaldinho le gustaba jugar. El talento siempre antes que el entrenamiento. El espectáculo por encima de la efectividad. El regate y el baile imponiéndose al rigor y la táctica.

Sin embargo, lo bello suele ser por naturaleza efímero, y esa anarquía tan propia del brasilero llevó a un final precipitado de su carrera en la élite futbolística. Tras aquellos maravillosos años en el Fútbol Club Barcelona, vinieron Milán, Flamengo, Atlético Mineiro, Querétaro y por último un decepcionante final en Fluminense.

La magia se había acabado y solo entonces comenzó Ronaldinho a buscar aquel orden y disciplina que nunca había tenido. No olvidemos que, además de títulos, aquellos regates también habían hecho de Ronie una persona inmensamente rica, y en Brasil el orden y la seguridad de los ricos se llama Jair Bolsonaro. El encuentro entre los dos personajes tuvo lugar a mediados de diciembre de 2017; concretamente, Ronaldinho se reunió con el exárbitro Gutemberg Fonseca, por aquel entonces vicepresidente de la formación que amparaba a Bolsonaro, y se hizo con él varias fotografías sujetando sonriente un libro de Bolsonaro.

La imagen, totalmente inscrita en la campaña por la presidencia, no dejaba de ser sorprendente. Ronaldinho nunca se había interesado lo más mínimo por la política y, como muchos acertaron a destacar, su biografía hacía esperar de él posiciones mucho más cercanas al Partido de los Trabajadores (PT). Negro y originario de una pobrísima favela al sur de Porto Alegre, el exfutbolista era todo lo contrario al perfil del votante típico de Bolsonaro, un político que tiene su verdadero nicho electoral entre los hombres jóvenes blancos de clase media y alta del sur de Brasil, esos que han hecho suya la idea de que hay que limpiar a cualquier precio el sistema político brasileño, empezando, cómo no, por eliminar cualquier recuerdo de los años del PT.

Bolsonaro pertenece a la extrema derecha, un Trump al estilo carioca, un exmilitar nostálgico de la dictadura que nunca ha escondido su gusto por la mano dura y la violencia. En un país donde cada año mueren más de 60.000 personas de forma violenta, Bolsonaro lo tiene claro: “la policía necesita carta blanca para matar a los criminales”. Las favelas de Ronaldinho son un campo de batalla para Bolsonaro y los suyos, quienes por otro lado tampoco esconden un marcado racismo. En palabras del propio dirigente, “los afrobrasileños no sirven ni para procrear”. Toda minoría sufre el acoso de esta envalentonada nueva extrema derecha, que tampoco ha tenido reparos para atacar a colectivos LGTB y mujeres.

¿Demasiado radical? De momento, el papel de inflexible militar con mano de hierro funciona y en una campaña tremendamente polarizada Bolsonaro avanza segundo en las encuestas, solo superado por el ahora encarcelado expresidente Lula da Silva. El panorama es sencillamente aterrador.

No obstante, la gran virtud de Ronaldinho nunca fue el fútbol directo; al eterno diez siempre se le recordará por sus regates, y esta es una cualidad bastante útil en la compleja política brasileña. Tras la polémica fotografía, muchos periodistas dieron por hecha su candidatura al Senado; Ronaldinho se mediría en el estado de Minas Gerais con todo un peso pesado como la expresidenta Dilma Rousseff. Fue entonces cuando el exfutbolista hizo su gran amago: primero guardó silencio y escuchó; luego, cuando tuvo clara la situación, avanzó. Era cierto que Ronaldinho entraba en política y que se sentía próximo a la derecha más extremista, pero Bolsonaro no iba a ser parte de su equipo.

A pesar del buen desempeño del exmilitar en las encuestas, Ronaldinho llegó a la misma conclusión que muchos otros líderes de la derecha brasileña: Bolsonaro tiene recorrido para llegar a la segunda vuelta en octubre, pero es demasiado polémico y directo para ganar la presidencia. Más vale acercarse a otra gran formación de la derecha brasileña, el Partido Republicano Brasileño (PRB), y la Iglesia evangélica.

Con un acto oficial en Brasilia el pasado 21 de marzo, Ronaldinho se afiliaba al PRB. Partido de pasado contradictorio que llegó a formar parte del último Gobierno de Dilma, también contribuyó activamente a su impeachment y ahora aspira a colocar en la presidencia del país al empresario textil Flávio Rocha. En campaña, Ronaldinho tendrá que compartir escenario con personajes tan variopintos como Marcelo Crivella, alcalde de Río de Janeiro y antiguo obispo evangélico que gusta de afirmar sus posiciones en contra del aborto o la “ideología de género”; Edir Macedo, millonario y fundador de la Iglesia Universal del Reino de Dios, o Marcos Pereira, antiguo ministro de Temer y dado a remarcar ante las cámaras la necesidad de curar la homosexualidad.

Alejado del bello recuerdo que Ronaldinho dejó en los estadios, el diez se lanza ahora a disputar unas elecciones que definirán la Historia brasileña. Es triste que el gaucho ya no esté en el equipo del jogo bonito.