Nicolás Maduro se reeligió pero no está seguro de poder termina su mandato, en teoría hasta el año 2025. Salvo sus aliados incondicionales como Bolivia, Nicaragua y Cuba, los gobiernos de la región desconocen las elecciones de este domingo y desde Estados Unidos amenazan con apretar aun más para forzar la salida del presidente bolivariano.

En las elecciones de este domingo el gobierno perdió la vergüenza: a pesar de las calles vacías y la poquísima concurrencia a las urnas, antes de las 10 de la mañana ya hablaban de dos millones de votos.

Según los datos oficiales, Maduro tuvo casi el 68 % de los votos frente al 21,1 % de Henri Falcón, sin embargo la participación reportada del 46.5 % pone  en duda la legitimidad del presidente. Más aun si se toman datos como los de la consultora Meganalisis que aseguran una participación real de tan solo un 17,32% con casi 3,6 millones de votos.

De cualquier modo, Maduro no lo tendrá sencillo para legitimar su gobierno. La sensación de fraude dejó de ser una sospecha y son pocos los que consideran que insistir en la revolución bolivariana es el mejor camino para Venezuela.

Los datos económicos son solo una cara de la crisis social. La inflación del 13.000 por ciento hace inviable cualquier salario y el drama de conseguir comida -y poder pagarla- se ha convertido en la preocupación diaria de millones de venezolanos.

Después de los comicios del domingo, es dudoso que esto pueda cambiar: las remesas petroleras del país se desplomaron y organismos internacionales proyectan una caída en el PIB para 2018 del 15 por ciento.

Por eso, insistir en Maduro no parece la respuesta más lógica: su presidencia obedece solo a la necesidad de evadir la justicia internacional para muchos en su gobierno, partiendo por Diosdado Cabello, número dos del chavismo y en la mira de las autoridades estadounidenses por sus presuntos vínculos con el narcotráfico-

Sin embargo, vuelve la clásica pregunta ¿entonces cómo salir de este lío?

La falta de divisas y las sanciones internacionales han agravado la crisis interna y el desabastecimiento. Sin embargo, el oficialismo controla el gasto que aunque se desplomó en los últimos años, la renta petrolera sigue siendo considerable, por lo que apostar por el desgaste, como ha sido hasta ahora, solo tiene una víctima: los venezolanos más pobres que ante la impasividad de la oposición y la ineptitud del gobierno han comenzado un éxodo sin precedentes en la historia del país.

La suspensión de Venezuela de organismos internacionales, como sucedió con Cuba, podría ser solo un gesto simbólico sin gran efecto real que pueda poner presión suficiente como para asfixiar al gobierno. La idea de abstenerse de las elecciones solo sirvió para desenmascarar el fraude evidente.

Así, el teatro electoral para ratificar a Maduro podría ser el comienzo del final. La idea, apuntan algunos en Caracas, es que ahora que el fraude fue evidente, algunos funcionarios del gobierno, especialmente de las fuerzas armadas, la fuente real del poder de Maduro, apuesten por negociar su impunidad a cambio de retirar su apoyo a un Maduro cada vez más solo.