El gobernante venezolano Nicolás Maduro busca legitimar su nuevo gobierno, surgido después de unas elecciones cuando menos dudosas, por lo que decidió jurar un nuevo mandato este jueves ante la Asamblea Constituyente que derrocó al Parlamento, aun cuando faltan ocho meses para el inicio de su nuevo mandato.
Según coinciden analistas internacionales, Maduro adelantó la juramentación porque no quiere dejar el vacío de aquí a enero. Él necesita darse legitimidad en el proceso, aunque sea la legitimidad chavista.
Maduro tomó lo que sería un “primer juramento” como “presidente reelecto” de Venezuela tras la votación ocurrida el pasado domingo y en la que obtuvo menos de 30 por ciento del padrón electoral, 6,1 millones de votos.
Para los expertos, la ceremonia simbólica, al igual que el adelanto de las presidenciales, hacen parte de una estrategia más grande debidamente trazada por el mandatario y su cúpula para evitar llegar a votaciones en diciembre. Esto debido a que el colapso económico de Venezuela es tal que lo más seguro es que Maduro perdiera los comicios si aguardaba la víspera.
Además, con unas elecciones en diciembre la oposición habría podido escoger y posicionar un candidato unitario, contrario al momento que se vive hoy, en el que las marcadas divisiones de la oposición han propiciado el desenvolvimiento casi que libre y sin barreras del chavismo dentro del país.
Así, aunque el período presidencial comienza en enero del 2019, este juramento contó con toda la parafernalia estatal venezolana, incluyendo la presencia de los representantes del Poder Judicial y el Poder Electoral –entes abiertamente parcializados hacia el oficialismo–, pero con una notoria ausencia: la de cualquier representante de la Asamblea Nacional, único poder público ante el cual deben juramentarse los presidentes según la Constitución venezolana.
El largo paréntesis desde la pasada votación hasta la fecha formal de toma de posesión (ocho meses) fue despachado por el mandatario con un “decreto constituyente de fiel cumplimiento (…) para que continúe en el ejercicio del poder hasta la juramentación (de enero)”, dijo.
El mandatario prefirió optar por un discurso clásico de candidato recién investido, llamando a la “unidad y reconciliación nacional”, aunque dando una puntada a la autocrítica. “No estamos haciendo lo suficiente ni lo estamos haciendo bien”, dijo ante su auditorio, “hay que hacer las cosas de nuevo, y mejor”.
Para ello asomó la posibilidad de una pronta liberación de presos políticos –u “opositores que han cometido delitos”, como los llamó–, pero no dio mayores esperanzas sobre la posibilidad de cambiar la receta económica que ha sumido a Venezuela en la atrofia fiscal y la hiperinflación.
“Hay que hacer de nuevo el sistema de distribución, comercialización y fijación de precios”, señaló sin avanzar sobre algún cambio sustancial como el levantamiento del control cambiario o el impulso a la producción interna.