El jefe de Gobierno español no lo tiene fácil: después de una cascada de procesos judiciales que terminó la semana pasada con el tesorero de su partido, Luis Bárcenas, condenado a 30 años de cárcel por corrupción y blanqueo de capitales, Mariano Rajoy se enfrenta a una moción de censura que podría terminar con él por fuera del gobierno.
Y es que la sentencia de la trama Gürtel ha sido devastadora para el presidente del Gobierno. Le ha hecho perder el control de la legislatura, y puede hacerle perder La Moncloa. El texto, de 1.400 páginas, evidencia lo que se llevaba sospechando desde que estalló el caso hace nueve años: la existencia de una trama en la que participaban empresarios y cargos del PP para repartirse mordidas y contratos públicos.
Desde que la sentencia se hizo pública el pasado jueves, el PP no levanta cabeza. Y, lo que es peor, se ha convertido en tóxico para el resto de partidos, lo cual se convierte en la principal baza de Pedro Sánchez y el PSOE para tener éxito en su moción de censura: nadie quiere aparecer al lado de Mariano Rajoy; nadie quiere retratarse con él como su salvavidas.
Rajoy no está solo. Su mayoría parlamentaria, sustentada por ese fenómeno sin cabeza llamado Ciudadanos -una ultraderecha disfrazada de centro- le ha permitido convertir esta moción de censura en un debate respecto a “la unidad de España”, toda vez que el Partido Socialista y Podemos tendrían que pactar con los partidos nacionalistas de Cataluña y el País Vasco para alcanzar la mayoría necesaria que les permita desbancar a Rajoy.
Desde el socialismo, en cambio, han tratado de levantar la moción como un plebiscito en contra de la corrupción y en una de las internvencioes apelaron precisamente a eso: no respaldar la censura sería avalar la inmunidad del PP.
Para Ciudadanos la oportunidad podría abrir las puertas del poder: según encuestas sería el partido más votado en este momento, por lo que buscan que la moción se traduzca en una convocatoria inmediata a elecciones. Si no la apoyan, en cambio, tendrían que enfrentar la contradicción de presentarse como símbolos de la regeneración y renovación mientras aparecen como cómplices de que siga gobernando un partido condenado por corrupción.
Unidos Podemos y las confluencias lo tienen claro: desde el principio anunciaron el voto favorable a Pedro Sánchez. Y este martes, Pablo Iglesias dio una vuelta de tuerca: si fracasa la moción del PSOE, ellos presentarán otra para ir a elecciones encabezada por un independiente. Es decir: su retrato es el de quien antepone echar a Rajoy ante cualquier consideración; ya sea la de Sánchez –gobernar y luego ir a elecciones– o Rivera –ir a elecciones sí o sí o mantener a Rajoy–.
Hace un año, cuando Iglesias se presentó como candidato en una moción de censura, utilizó argumentos semejantes a los de Pedro Sánchez: la corrupción del PP; la desigualdad, el aprovechamiento partidista, patrimonial y personal de lo público por parte del PP; los conflictos territoriales… Hasta tal punto, que uno de los momentos más destacados de la intervención de Irene Montero de aquel día fue la retahíla de casos de corrupción que acorralaban, ya entonces, al PP.
Pero entonces el PSOE, ante argumentos semejantes a los que expone ahora Pedro Sánchez, decidió abstenerse. Un año después, Sánchez se presenta y puede tener éxito.
¿Qué le falta? Los nacionalistas vascos y catalanes. Curiosamente, una vez más, el fantasma de “los nacionalismos” regionales podría dar la mano al PP y salvar el día a Rajoy.