Ya está: la corrupción del Partido Popular de Mariano Rajoy le pasó la cuenta y fue desbancado de la jefatura de gobierno. El gobierno entrante, en la cabeza de Pedro Sánchez, sin embargo, estará condicionado a una mayoría frágil constituída básicamente por todos quienes de alguna forma u otra tenían cuentas pendientes con Rajoy.

Pedro Sánchez y el Partido Socialista tienen 85 diputados frente a los 137 del Partido Popular. Eso no es relativo y la mayoría de 176 votos solo la alcanzó con la ayuda de Podemos y sus 71 diputados más los partidos nacionalistas de Cataluña y el País Vasco.

Así, el nuevo gobierno aparece como una recopilación de todas las víctimas de los siete años de gobierno del Partido Popular, donde los recortes en gastos sociales, la corrupción y la persecución política y la espalda al diálogo frente a los movimientos nacionalistas marcaron el paso.

Aunque esta corrupción impuso una urgencia ética para desalojar al presidente de La Moncloa —que se despide insultando al Parlamento y a los votantes con su ausencia- su salida dará paso al tiempo normal de la política bajo otro Gobierno, que debería contar con un programa y apoyos parlamentarios que proporcionen estabilidad política y económica en un momento especialmente delicado.

Desafortunadamente, Sánchez no cuenta con esto y la guerra florida es inevitable.

El antiguo líder de la oposición y desde hoy Presidente de Gobierno no tiene la capacidad política de liderar un Ejecutivo estable y coherente. La gobernabilidad de España pasó de las manos de un líder culpable de esta crisis institucional por su incapacidad para afrontar su responsabilidad política, a otro, Pedro Sánchez, que rechaza acudir a la ciudadanía para obtener un mandato claro para seguir adelante.

Con su rechazo a convocar a las urnas para salir de esta grave crisis, los líderes de los dos partidos que han gobernado la democracia muestran que no tienen confianza en sí mismos ni en sus votantes para que renueven el apoyo que en otros tiempos les dieron.

Se trata, por tanto, de un gobierno débil que tendrá grandes complicaciones para echar a andar un proyecto de país presentado dos años atrás, cuando el contexto era distinto y que los socialistas pretenden implementar como parte de la campaña que les permita ganar las elecciones del 2019.

Eso, sin embargo, está lejos según las encuestas: la derecha sigue siendo mayoría entre los votantes y al desplome del Partido Popular surgió Ciudadanos, derecha nacionalista y dura que tiene como eje una campaña populista que se resume en un discurso contrario a las identidades regionales.

La crisis del sistema podría prolongarse por el débil apoyo que tendrá Sánchez, quien se instaló más en base a las cuentas de cobros que a un deseo mayoritario español. Con tal de llegar a la Moncloa, Sánchez aceptó incluso gobernar con los Presupuestos Generales recién aprobados por el PP, que fueron motivo de una enmienda a la totalidad de su partido por su carácter supuestamente antisocial y regresivo.

Para algunos, la llave del éxito, o fracaso, será Cataluña. El flamante presidente ha hablado de “tender puentes” y “dialogar” con las fuerzas independentistas catalanas cuando se sabe que ese diálogo solo puede versar sobre el cómo y el cuándo se celebrará una consulta sobre la independencia de Cataluña.

Desalojar a Rajoy, era urgente, sin embargo, intentar gobernar sin apoyos o, peor, con unos apoyos contraproducentes, será arriesgado.