Si nada extraño -muy extraño- pasa de aquí al 17 de junio, Iván Duque se convertirá en presidente de Colombia para alegría de Álvaro Uribe.
Las encuestas muestran que el candidato del Centro Democrático tiene una ventaja de 20 puntos porcentuales sobre Gustavo Petro y cada día que pasa los actores políticos que podrían impulsar la candidatura del ex alcalde de Bogotá anuncian que votarán en blanco o endosan su apoyo (¿incondicional?) al pupilo de Uribe.
Despejado este punto, algunos colombianos contrarios al expresidente y su cruzada personal contra la otrora guerrilla de las Farc comienzan a preguntarse si, dadas las circunstancias, deben poner sus esperanzas en una eventual “traición” de Duque a Uribe.
Para contextualizar: hasta hace un año, Duque era solo el rostro joven del Centro Democrático; un parlamentario que servía de gancho para lavar la imagen conservadora y añeja de un partido de ultra derecha con más prensa por los escándalos paramilitares de su prócer y las peroratas católicas del ex procurador Alejandro Ordoñez.
El acuerdo de paz con la guerrilla avivó la idea de impunidad en Colombia, especialmente después de que el No se impuso en el plebiscito refrendatorio y aun así el presidente Juan Manuel Santos aplicó su muñeca parlamentaria -y el sentido común- para desmovilizar a uno de los actores más importantes de la guerra civil que ha desangrado al país en los últimos 50 años.
Con la idea de “el que diga Uribe”, Duque se ganó una lotería donde no tenía muchos billetes. El expresidente, principal actor político del país, logró endosarle su apoyo aun cuando Duque tiene una concepción del mundo muy distante de la de Uribe.
Por eso, como sucedió con el propio Juan Manuel Santos, los contrarios de Uribe albergan la esperanza de que Duque no sea un títere más y, una vez resuelta la elección, busque su propio camino.
Estas son algunas razones para pensar en esta posibilidad.
Guerra
Duque tiene una gran ventaja por sobre Uribe: no tener un pasado dentro del conflicto armado más allá de la opinión, hace pensar en que si es tan berraco como lo muestra su partido, tarde o temprano se desmarcará de Uribe por la simple razón de que su apoyo viene con el peso de una guerra que no peleó. Las investigaciones por los presuntos vínculos del ex presidente con grupos paramilitares avanzan en los tribunales de justicia y, aun cuando logre zafarse, Duque no tiene por qué hacerse responsable de la carga política de esa acusación.
Más allá de la importancia de Uribe dentro de la “pacificación sangrienta” del país, Duque tiene la oportunidad de quedarse con el discurso de la mano dura hacia la insurgencia sin llevar la carga de un pasado sospechoso.
No hacerlo sería perder la oportunidad de construir su propio camino, alejado de referencias a las Autodefensas Unidas de Colombia o los Falsos Positivos.
El crucifijo
Una de las críticas más comunes hacia el candidato de Uribe versa en torno a su camaleónico discurso religioso. Durante su insípida carrera parlamentaria, Duque defendió la condición laica del Estado colombiano y en su agenda legislativa incluyó temas que después borró con el codo, como el caso de la adopción homoparental y la defensa de los derechos de la comunidad LGBT. Esto contrasta con el núcleo duro de su partido, comenzando por el propio Uribe, quien esta semana se refirió a ellos como “no heterosexuales”.
Es obvio que el pragmatismo asumido durante la campaña terminará una vez se encarame en el poder. Al final de cuentas, el maquillaje en su discurso fue motivado por alcanzar el máximo cargo político en el país, lo que abre la posibilidad de que una vez allí retome su agenda “progresista”.
Dosis mínima
Aunque desde el año 2009 el Expresidente Álvaro Uribe y su partido Centro Democrático intentan sancionar un acto legislativo donde se prohíba la dosis personal, el 5 de octubre de 2016 Duque radicó un proyecto de ley que “busca proteger a los consumidores y proveer sus necesidades en instalaciones del Estado”.
La discrepancia en la política antidrogras del principal productor de cocaína del mundo podría abrir un flanco entre el probable presidente y su jefe: insistir en una política que ha demostrado ser ineficaz, frente a explorar el camino que están probando con éxito países como Uruguay será un desafío para su relación.
Aborto
Dentro de esa imagen progresista que Duque trató de proyectar desde el Congreso entró su apoyo a la legislación a favor del aborto y la libertad de las mujeres de decir sobre su cuerpo. Esto en contravía con lo que promulga su partido y en especial el ex procurador Ordóñez. ¿Cuál de los dos Duques se impondrá?
Ejercicio de poder
Más allá de estas razones, el motivo más lógico para esperar un pistolazo de Duque a Uribe es simple: con 41 años, Duque será el presidente más joven de Colombia y su futuro estará marcado por la forma en que ejerza un poder nuevo y en el que no será necesaria la figura de Uribe. Una vez en la Casa de Nariño, se enfrentará al dilema incómodo de ser “el títere” o iniciar una senda propia. Esta decisión se le facilitará si se toma en cuenta que Uribe ya le transmitió su caudal político, con lo cual tendrá cuatro años para construir una agenda propia que le pueda valer la reelección sin necesidad de deber algo a un ex presidente que representa el pasado del país.