Minutos después de conocerse el apoyo de Ingrid Betancourt a Gustavo Petro para la segunda vuelta presidencial, entre las tendencias de tuíter en Colombia apareció Estocolmo, en referencia al síndrome que sufren las víctimas que terminan del lado de sus victimarios.
Diez años después de su cinematográfico rescate de un secuestro de siete años, la ex candidata presidencial es uno de los personajes políticos menos queridos en el país ¿Por qué?
¿Cómo se explica que una de las mujeres símbolo de la lucha contra el secuestro y la guerrilla de las Farc se haya convertido en el blanco de ataques y deprecio del grueso de los colombianos?
El 3 de julio de 2008 sólo había una persona que podría disputarle la popularidad a Álvaro Uribe, quien, un día después de haberse ejecutado con éxito la Operación Jaque, rozaba el 80% de respaldo. Esa persona era Ingrid Betancourt. Sus seis años secuestrada en la selva, la fuerza inquebrantable con la que asumió su cautiverio, la habían convertido en una heroína. Sin embargo, esa imagen no tardaría en desmoronarse.
Lo primero que molestó a la opinión pública fue la renuencia de la mamá de Ingrid, Yolanda Pulecio, de agradecerle públicamente a Álvaro Uribe por haber liderado con éxito la operación que terminaría con su liberación. Durante los seis años que duró secuestrada su hija, Pulecio fue una férrea crítica de Uribe.
En febrero del 2008 viajó a Roma para hablar personalmente con el Papa Benedicto XVI y pedirle dos milagros: la liberación de su hija y que Uribe se fuera de la presidencia. Cuando dos años atrás el entonces presidente anunció que no habría ningún tipo de negociación con las Farc y que se intentaría rescatar a sangre y fuego a los secuestrados, Pulecio sentenció: “El presidente ha condenado a muerte a los secuestrados”.
En el 2005 se quejó públicamente del poco esfuerzo de Álvaro Uribe para lograr una salida negociada que consiguiera la liberación de su hija: “El señor Presidente es un muro peor que las murallas de Cartagena. El alma del señor Presidente yo se la quiero buscar. Quiero ver dónde tiene el corazón que decía”. Denunció que durante dos años le pidió insistentemente que la recibiera y que Uribe nunca dio el visto bueno del encuentro. Por esos días se dio a conocer la desgarradora imagen con la cabeza gacha, las piernas cruzadas, sentada sobre una piedra, transmitiendo una dignidad que conmovió al país. Pulecio le preguntó, a través de un amigo en común, si había visto las pruebas de supervivencia y el presidente respondió con un escueto “por ahí el que lo vio fue el comisionado de paz”. Su acercamiento a Hugo Chávez, quien fue durante años intermediario con la guerrilla de las Farc para establecer puente de comunicación con los secuestrados, le generó críticas descarnadas a la señora Pulecio.
La imagen de Ingrid en el país se dañó aún más cuando decidió irse a vivir a Francia, su segunda patria, en donde fue recibida como una heroína. El gesto fue considerado una traición en Colombia y sus posibilidades de llegar a alguna vez a ser la primera presidenta se fueron por la borda cuando, el 10 de julio de 2010, demandó al Ministerio de Defensa por $15. 431.351.537. Unos 6 millones de dólares de la época.
Ingrid Betancourt responsabilizó al Gobierno Pastrana por haber permitido su secuestro. El entonces Ministro de Defensa Gabriel Silva Lujan respondió diciendo que en su momento la doctora Betancourt “desatendió las insistentes recomendaciones de la Fuerza Pública y otras autoridades de no proseguir en su intención de viajar al municipio de San Vicente del Caguán, Caquetá, donde tenía un acto en desarrollo de su campaña política”.
La millonaria demanda también sacó a la luz otra de las solicitudes de Ingrid que indignaron a la opinión pública. Cuando se enteró que el Congreso debatía una ley para reconocerle a los miembros de la Fuerza Pública secuestrados los salarios que dejaron de devengar mientras estuvieron en cautiverio, Ingrid intentó meter un artículo para que también le reconocieran el dinero que dejó de recibir. De nada sirvió su intención ya que cuando fue secuestrada en marzo del 2002 no era funcionaria pública sino candidata presidencial. La declaración de su ex esposo, Juan Carlos Lecompte, de que después de su secuestro le pidió 50 mil dólares para irse de vacaciones a sus hijos en las Islas Seychelles terminó de indignar a la opinión pública.
Tras su liberación aparecieron las declaraciones de sus compañeros de cautiverio: Keith Stansell, Marc Gonsalves y Tom Howes, los tres estadounidenses que la acompañaron en su secuestro y que la definen como manipuladora y arrogante.
Ellos narraron cómo Betancourt le dijo a las FARC que los gringos tenían unos microchips que eran seguidos por los Estados Unidos y que por esto, podían ubicarlos. “Nos pudieron haber matado simplemente porque Ingrid quería más espacio para ella”, denunciaron.
Por esos días comenzó a hablarse de Betancourt como una candidata tapada de las Farc. Su renuencia a arrodillarse ante Uribe, quien a su juicio fue el culpable de la prolongación de su secuestro, la hizo parecer una enemiga del país en un momento en que Uribe contaba con tal popularidad que cambió la constitución para hacerse reelegir sin que hubiese una oposición ciudadana sólida.
Hoy que Betancourt reaparece, su apoyo a Petro es visto por muchos como un salvavidas de plomo, la lápida que, en defensa de la paz, podría terminar de hundir una candidatura resistida por el discurso imperante contra todo lo que huela a guerrilla.