Todo el mundo sabe que darse por ganador antes de acabado un encuentro -así sea de tejo- puede resultar ridículo: no está muerto quien pelea y nada está seguro hasta que se cuenta el último voto. Eso, a pesar de tener encuestas con una ventaja de hasta 20 puntos porcentuales, puede ser una importante lección para el candidato de la derecha colombiana, Iván Duque.

Según todas las mediciones de intención de voto, el pupilo de Álvaro Uribe saca una ventaja de entre 20 y 6 puntos porcentuales a Gustavo Petro. A eso se le puede sumar el hecho de que el Parlamento, de mayoría derechista y convenenciera, hace rato que se inclinó a su favor. Pero ¿puede declararse ganador a una semana de las elecciones? o mejor dicho ¿puede suceder algo tan fuerte que logre cambiar la intención de voto tan drásticamente como para impulsar al exalcalde de Bogotá?

Duque, ganador indiscutido de la primera vuelta, optó por no arriesgar durante las tres semanas entre voto y voto. Ni siquiera quiso poner la cara en un eventual debate, pues sabe que para él lo mejor es que el tiempo vuele: cualquier error puede darle aire a su rival y con una ventaja de casi tres millones de votos, le basta con apostar a que las  cantidades se repitan para asegurarse la presidencia. Además, en cada debate se ha ganado una que otra “peinada”, por lo que arriesgarse a abrir la boca puede ser un error caro.

Entonces: ¿qué tendría que pasar en el país para que se rompa la tendencia y exista una sorpresa en la elección del próximo domingo? Lo curioso es que a estas alturas esa pregunta no apunta a gran cosa. La elección pasada se definió por el viral de doña Mercedes, donde anunciaba que no pensaba votar por “Zurriaga” (Zuluaga) sino  por Juampa (Juan Manuel Santos).  

Cientos de horas de video denuncias en contra del uribismo y lo que implicaron sus ocho años de gobierno no han logrado lo que hace cuatro años logró una humilde mujer mayor. Y es que el denominado “efecto teflón” de Uribe -al que nada se le pega- parece haber contagiado a su candidato, un inexperto y errático parlamentario que durante sus años como senador propuso lo contrario a lo que ahora defiende como vocero de la derecha más dura. 

Por el lado de Petro, nada parece hundirlo. Tampoco hacerlo volar.El candidato tiene un techo y un piso. El apoyo de al menos el 30 por ciento de los electores está asegurado. Un hito tan importante como inútil para la izquierda. De nada sirve ser el más votado del sector si se vuelve a perder. Peor si la derrota es frente a la derecha más derecha. No es lo mismo un burócrata como Santos que un dogmático como Uribe o un conservador radical como Alejandro Ordoñez. 

Desde la izquierda lo han intentado todo: los apoyos políticos externos, el compromiso público y en show de que Gustavo Petro no será un Chávez -firmado en tablas de piedra como los mandamientos de Moisés-. Incluso la guerra digital, un campo en el que las juventudes revolucionarias tienen en teoría más cancha, ha sido inútil frente a un partido organizado en torno al discurso del miedo y el fin de la impunidad: reactivar la política de Seguridad democrática de Uribe que menguó las filas de las Farc con un daño colateral de unas 10.000 víctimas civiles disfrazadas de guerrilleros para dar la sensación de progreso. 

En un escenario en el que nada parece afectar al candidato impuesto a dedazo limpio por Uribe, ni siquiera sus propias propuestas, a las que los colombianos parecen no poner atención aun cuando avancen en un sentido autoritario y emparentado con el de esa Venezuela castrochavista que tanto repudian, solo queda esperar una traición a esas convicciones oscuras del caudillo de la derecha.

En una semana de campaña, es muy difícil que ocurra un fenómeno tan potente como para motivar a esos tres millones de personas que le faltan a Petro para empatar, por lo que la estrategia de la izquierda debería centrarse ahora en cómo estructurar una oposición que les permita crecer durante los cuatro años en que probablemente la derecha gobernará un país en transición.