No hay muerto malo. Tampoco buen muerto. Eso, al menos, dicen los límites del buen gusto que hoy queremos mandar al otro patio, como hiceron con el raperito XXXTentation, a punta de bala a la salida de una tienda de motos. 

El rap no es el emblema de lo imbécil. Uno que otro rapero sí: bajo la lógica de que macho es el que hace las cosas por debajo, sin que lo pillen, pregonan una vida fuera de las normas como el sumum de la gallardía. Y no: no es astuto el que cree que por saltarse una norma es mejor. No es más valiente el que pelea con todos. 

XXXTentacion tenía 20 años y una vida de mierda. Eso, para muchos, excusa el discurso de odio. Cómo puedes hablar de amor cuando has estado rodeado de odio, dicen. Sus letras no son otra cosa que un reflejo de su dura realidad. Un cronista de la periferia, aclaman, para excusar el contenido basurezco de su música. 

Esto tiene un grado de verdad: las canciones del muerto son un reflejo de lo que fue su vida. Cárcel, drogas, violencia, homofobia y cobardía.

Cuando recibió los disparos de despedida lo estaban investigando por golpear a su novia embarazada. Todo un machito. Bueno, por su útlima novia. Por golpear a la anterior, Geneva, ya había pasado por la cárcel. Machito.

El artista comenzó a escribir música tras ser liberado de un centro correccional juvenil y lanzó en 2013 su primera canción en la plataforma de distribución de audio SoundCloud, titulada News/Flock. Su música, muy oscura y de sonidos apagados, a menudo evocaba su depresión y su pasado criminal.

Sus canciones habían sido eliminadas de las listas de reproducción de Spotify, como parte de la nueva política de la plataforma, que quiere dejar de destacar a los artistas que han “hecho algo particularmente dañino u odioso”.

El tema entonces varía hacia el debate clásico: ¿se puede separar a un artista de su obra? La respuesta lleva milenios dando vueltas. En este caso puede resultar más fácil. No es necesario hacerla ya que su obra era él: un incesante discurso de odio, en donde él era el más macho por no dejarse pisar de nadie. Ni siquiera de su peligrosa novia embarazada.

Jahseh Dwayne Onfroy, su nombre detrás del escudo de las tres equis de la tentación, murió en su ley, haciendo alarde del dinero ganado gracias a un público indolente frente a su homofobia y violencia de género. No es un buen muerto y menos hará falta: en poco tiempo su corona de “polémico rapero” será empleada por otro de su especie.