En los mejores tiempos de la revolución bolivariana, con Hugo Chávez a la cabeza, sano y dueño de una billetera cariñosa gracias a un precio del petróleo dos veces más alto que hoy, el Imperio, como concepto, fue siempre gasolina para el incendio del Socialismo del Siglo XXI. 

No en vano el propio Chávez buscaba la confrontación directa con los líderes de Estados Unidos -míster “donqui”, llamó alguna vez a George Bush-, pues cualquier respuesta suponía una posibilidad para justificar su discurso liberadora y una fractura entre las clases venezolanas: con la “Patria” o con el “invasor”. 

Pero eran otros días: la renta petrolera había permitido la creación de una serie de programas sociales que sacaron a muchas familias venezolanas de apuros y el líder de la revolución parecía más sagaz que su heredero, aunque dividido, el país no se había enfrentado a una crisis humanitaria y contaba con una red de apoyo regional importante. 

Ahora que se supo que Donald Trump planteó en algún momento del año pasado, cuando las calles de Caracas eran un hervidero de piedra y plomo, invadir militarmente Venezuela y acabar con el gobierno de Maduro, la reacción popular de Venezuela podría no ser la misma de antaño. 

Sin duda, el primero en celebrar la filtración de la postura de Trump fue Maduro: si no alcanza para generar adhesión, al menos sirve para distraer el debate público que desde hace meses versa de hambre y escasez. 

“No será jamás una intervención del imperio estadounidense una solución para resolver los problemas de Venezuela”, dijo Maduro tras publicarse la opinión de Trump. Lo hizo, casualmente, en una ceremonia de ascenso  a militares leales al gobierno.

EEUU desmiente pero amenaza

Estados Unidos, en cambio, negó que Trump planeara una invasión pero reconoció que la opción militar sigue sobre la mesa como una de muchas posibles herramientas para “ayudar al pueblo” venezolano a “recuperar la democracia”.

“No se planeó una invasión”, dijo un portavoz del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca (NSC, en inglés), a una agencia de prensa.

Según el agente, Trump preguntó por la vía militar, pero dijo que lo que quería era “pedir opciones” a su equipo para tener un abanico entre el que elegir ante el “desastre humanitario que se estaba produciendo en Venezuela”.

Sumas y restas

A estas alturas, con una hiperinflación de más del  40.000 %, escasez de alimentos y servicios básicos, para muchos en Venezuela la opción militar suena más dulce que la lenta agonía en la que han entrado los más pobres del país. El deterioro de casi todos los índices de bienestar social, la reaparición de enfermedades dadas por erradicadas y una inseguridad que ubica a Caracas como la ciudad más violenta del mundo, el balance de una eventual invasión llega a salir positivo para otros pocos. 

Sin embargo, una intervención militar podría ser un camino largo y terrible. Siria es un triste ejemplo de ello. 

Es importante tener en cuenta que así como para la mayoría de los venezolanos cambiar las condiciones del país es un hecho de vida o muerte, mantenerse en el poder tiene el mismo valor para los miembros del gobierno. 

Perder la inmunidad del trono es un sinónimo de procesos penales para muchos de ellos con el potencial de dejarlos de por vida en la cárcel, como es el caso del presidente de la Asamblea Constituyente, Diosdado Cabello, vinculado al narcotráfico por autoridades gringas.

En Caracas son conscientes de que una invasión solo prosperaría en la medida en que el ejército bolivariano, o facciones de este, den la mano a las fuerzas extranjeras. No es que Estados Unidos no tenga el poderío militar para derrocar a Maduro: hacerlo implicaría una masacre y consecuente guerra civil que podría desangrar el país por años. 

Por otro lado, Estados Unidos no tiene el apoyo regional para esa opción. Los gobiernos de Colombia, Perú y Brasil, aliados de Washington y críticos de Maduro saben que esa posibilidad podría llevar a millones de desplazados a sus países, creando una crisis humanitaria regional. 

Maduro ¿nuevo saco de boxeo?

Una vez distentida la situación en la península coreana, Donald Trump comenzó a buscar un nuevo enemigo. El primero en su lista, Irán: no solo acabó con el pacto nuclear sino que le ha mostrado los dientes al régimen islámico desde su archienemigo Israel.

Nicolás Maduro podría ser un nuevo aliado por oposición a esa figura de hombre duro que Trump se empeña en reforzar. 

Desde el  inicio de su gobierno, más de un año atrás, desde el sur de América se le ha cuestionado su indiferencia hacia los problemas del continente, comenzando por el caso de Venezuela. 

Con esta nueva “filtración”, el presidente gringo podría estar comenzando a zanjar su “deuda” hacia el continente, usual patio de recreo estadounidense. Curiosamente, Maduro podría bien beneficiarse de este giro.