La concepción del mundo en una frase: el ministro de Educación Gerardo Varela acaba de ahorrarle mucho tiempo al chileno de a pie.
“Todos los días recibo reclamos de gente que quiere que el Ministerio le arregle el techo de un colegio que tiene goteras, o una sala de clases que tiene el piso malo, y yo me pregunto: ¿por qué no hacen un bingo? ¿Por qué desde Santiago tengo que ir a arreglar el techo de un gimnasio”, declaró y encendió la polémica.
Las críticas a sus palabras apuntaban al tema de fondo: el ministro de Educación tiene una visión del Estado como una entidad distante, meramente formal que no tiene porqué dar la mano a sus ciudadanos.
Esto no es nuevo: desde su primer gobierno, Sebastián Piñera venía diciendo que la educación es un bien de consumo. Por eso no puede ser gratuita. Por eso y porque quienes lucran con ella son sus cercanos.
Esto tampoco es sorpresivo: Piñera volvió al poder con un discurso de acabar con “la amenaza comunista” que implicaba un gobierno de centro como el de Michelle Bachelet. El ministro solo está siendo coherente con lo que se espera de él y su sector. Es decir, indolencia con las necesidades del otro, porque si algo no existe en Chile es un Estado protector. Y ellos se van a encargar de recordarlo.
El ministro, entonces, solo está mostrando una declaración de intensiones: los ministerios no están para ayudar, los problemas que los resuelva cada uno. Eso, claro, porque probablemente sus hijos no fueron a una escuela con un techo agujereado ni pasaban frío.
Bajo la idea del bingo como solución a los problemas se entiende que el Estado solo está para garantizar las leyes del mercado. Si cada vez que hay un problema la solución es un bingo, el mensaje es que cada cual se las arregla como puede. En este campo, el ministro y sus amigos tienen la gran ventaja del dinero.