Uno de los ejes de la campaña política del Centro Democrático, el partido de Álvaro Uribe, para encumbrar a su vocero en la presidencia de Colombia fue la supuesta amenaza del fantasma del “Castrochavismo Farc” para el país, encarnado en cualquier candidato que no fuera el delegado del hombre que gobernó a sangre y fuego durante ocho años.
Miles de pancartas por las calles de Colombia advertían: vote por Duque, para no vivir como venezolanos y el ex presidente Uribe, que en campaña poco y nada dejó hablar a su vocero y hoy presidente Iván Duque, insistía en que el riesgo de un gobierno que acabara con las instituciones era no solo real sino elevado.
Con esa cantaleta llegaron al poder, amparados por el descontento con un acuerdo de paz con la guerrilla muy parecido a la impunidad. No más entrando al gobierno, el presidente del Senado, Ernesto Macías, se despachó con un discurso premonitorio: rompiendo una tradición republicana y haciendo gala de su falta de estudios arremetió contra el gobierno saliente y prometió la restauración del orden, acabó con la mesura y prometió la persecución política contra todo aquel que osase contradecir al líder máximo de la revolución de ultraderecha colombiana, el “dotor” Álvaro Uribe.
A las semanas, Paloma Valencia, una de las escuderas favoritas de Uribe, presentó un proyecto de ley con características propias del chavismo: en una propuesta de reforma al sistema de justicia, la parlamentaria incluyó un artículo para restablecer la inmunidad parlamentaria establecida en la Constitución de 1886 y que, curiosamente, beneficiaría al propio Uribe justo cuando es investigado por manipulación de testigos en un caso de vínculos con el paramilitarismo.
El ex presidente, que no ha llegado donde está por ser bobo, esperó la reacción popular y se acomodó en la dirección del viento. A los pocos días de que Valencia tratara de salvarle el pellejo en la justicia, Uribe le sacó el cuerpo a la idea y acá no ha pasado nada.
Pero la idea del ejercicio de la política al estilo castrochavista desde el otro polo del arco ideológico no comenzó ahí: durante la campaña el propio Uribe propuso acabar con esa pendejada de la independencia de poderes que tanto mal le hace -a él- y establecer una sola corte de justicia cuyo presidente lo nombre, cómo no el presidente de la república.
Para alguien con causas pendientes por vínculos con paramilitares y presunta participación en dos masacres, esto podría ser una pequeña dosis de justicia a su medida.
Esta semana, el nivel de “Castrochavismo farc” del partido de gobierno volvió a encender las alarmas republicanas: el presidente del Senado volvió a meter la cuchara y propuso extender en un año la permanencia de Iván Duque como jefe de Estado, con tal de tener períodos de cinco años, y unificar los mandatos presidenciales con los gobiernos regionales en el país.
“Para la discusión: períodos de Gobierno en Colombia de cinco años. Y para unificarlos, correr elecciones presidenciales un año; es decir, en 2023 se harían elecciones separadas (mayo y octubre) de Presidente y regionales”, escribió Macías en su cuenta de Twitter.
Es decir: bajo su propuesta los colombianos tendrían que soportar cinco años de un gobierno que eligieron por cuatro. A Nicolás Maduro le gusta esto.