La noticia del día en la prensa española es el ascenso de la ultraderecha en las elecciones de la comunidad de Andalucía. Esto, sin embargo, tiene un grado de mentira si se considera que España fue gobernada durante ocho años por José María Aznar. Y ni para qué mirar al pasado previo a la democracia.

De cualquier forma, el partido VOX -la gran sorpresa de las elecciones regionales pasando de cero a doce diputados- supone un cambio de libreto en términos de discurso: hasta ahora la derecha radical solía amparándose bajo el balcón de la muletilla centroderecha y aunque cuando le tocaba gobernar aplicaba toda el recetario neoliberal, nunca se atrevía a hablar sin ciertos tapujos en términos racistas o machistas.

Pero los derechistas han perdido el decoro. O al menos han comenzado a apoyar a quien los perdió y muy por el contrario de avergonzarse de sus posturas neonazis (en lo racial, en el género, en lo social) han optado por esta opción como una señal de que España está lista para entrar en el juego del trumpismo bolsonariano. 

Vox está logrando asaltar a los votantes del derrocado Partido Popular, expulsado del gobierno por una larga lista de casos de corrupción y en esta elección se ha hecho con el 10% de los votos, 395.000 papeletas y representación en todas las circunscripciones. Doce diputados de un solo tiro.

La historia de este partido es sencilla: Santiago Abascal, un profesional de la política que logró su primer sueldo público con 23 años como concejal del PP y que cobró durante una década de esas instituciones autonómicas con las que ahora se propone acabar. Tras abandonar el PP por las malas en 2012 al ser obligado a renunciar al escaño que pretendía ocupar en sustitución de otro diputado, fundó su propio partido en 2014. Le llamó Vox y lo rodeó de banderas españolas.

Ahora, Abascal y los suyos tienen las llaves del gobierno que por primera vez en casi cuarenta años probablemente deje de ser encabezado por el Partido Socialista quienes a pesar de seguir siendo la tienda más votada, perdieron casi 400.000 votos y sacaron 14 diputados menos que en la elección del 2015. 

En un comienzo, la idea de acercarse a Vox aparecían como una prueba de limpieza neonazi: los dos partidos de derecha, PP y Ciudadanos, parecían temerosos de contaminarse con la imagen negativa de la extrema derecha y al mismo tiempo de perder votos en favor de estos.

Pues esos temores se acabaron después de que el partido diera el salto. La mañana de este lunes, el PP ya hablaba de pactar un gobierno para “liderar una mayoría alternativa de cambio a Susana Díaz”, la socialista que hasta ahora gobernaba la provincia. “Es una grandísima oportunidad que el PP de Pablo Casado no va a dejar pasar”, dijo el secretario general de los populares en una entrevista local.

Los conservadores ya incluyen a los de Santiago Abascal en el bloque “de cambio” y, pese a que no han sido la lista más votada, se erigen en ganadores y mandan un mensaje a Ciudadanos: “Esperemos que los partidos no malogren lo que han decidido los andaluces”. 

Sánchez sufre

La catastrófica victoria del Partido Socialista además de inútil es un peligroso precedente para las elecciones generales que el país celebrará probablemente el próximo año.

Ante el bloque parlamentario a los presupuestos, el jefe de Gobierno Pedro Sánchez viene hablando de que la única salida es convocar a elecciones nacionales y sus socios de Podemos ya hablan de primarias para encarar dicho proceso que  podría darse en mayo del 2019.

Parte de optar por nuevas elecciones viene de los positivos sondeos en donde el PSOE y Podemos han crecido con fuerza desde su llegada al poder. Sin embargo, los resultados de este domingo en Andalucía hacen temer una desagradable sorpresa con sabor a neonazismo. 

La incertidumbre pasa ahora al “conflicto catalán” pues son los parlamentarios independentistas quienes han retirado el apoyo a Sánchez, bloqueando sus presupuestos. Ahora deberán pensar qué es más conveniente: la coherencia en sus medidas de presión que buscan liberar a sus líderes detenidos por el referendo independentista o dar una bocanada de aire al gobierno para tratar de frenar el avance de la ultraderecha.