La frontera sur de Estados Unidos es un cementerio. Un espacio de tragedia y dolor que evidencia las contradicciones del sistema en donde los derechos están sometidos al poder adquisitivo. Una niña guatemalteca de siete años que fue arrestada la semana pasada por entrar sin papeles por el desierto de Nuevo México con su padre murió en custodia de las autoridades estadounidenses.
La niña, según la información que ha revelado The Washington Post, falleció de “choque séptico, fiebre y deshidratación”.
Según los informes y declaraciones de la agencia fronteriza al periódico gringo, la niña y su padre formaban parte de un grupo de 163 inmigrantes que se entregaron la noche del día 6 a los agentes tras cruzar la frontera sin papeles cerca de Lordsburg. Más de ocho horas después, la menor empezó a tener ataques. El personal de emergencias que la atendió registró que tenía casi 41 grados de fiebre y, según un comunicado de la agencia de Protección de Fronteras, “no había comido o consumido agua durante varios días”.
Fue trasladada en helicóptero a un hospital, donde tuvo un fallo cardíaco. Aunque inicialmente se consiguió “revivirla”, el comunicado explica que “no se recuperó y murió en el hospital menos de 24 horas después de haber sido trasladada”. Según el Post no se puede determinar aún si la menor recibió comida y bebida antes de sufrir los ataques.
“Cultura de crueldad”
La muerte vuelve a poner el foco sobre las condiciones en que Estados Unidos mantiene a menores y otros inmigrantes en sus centros de detención en la frontera. De momento, ya ha provocado las denuncias de grupos como la Unión Americana de Libertades Civiles. En un comunicado al Post, el grupo ha culpado de lo sucedido a la “cultura de crueldad dentro de (la agencia de) Protección de Aduanas y Fronteras y la falta de responsabilidades”. La ACLU ha destacado que se ha tardado una semana en dar a conocer la muerte para reclamar “transparencia” y ha pedido “una investigación rigurosa y reformas serias para prevenir muertes futuras”.
La agencia, por su parte, ha asegurado que dio “todos los pasos posibles para salvar la vida de la niña” y ha expresado “sinceras condolencias a la familia”, escribiendo que “como padres, madres, hermanos y hermanas empatizamos con la pérdida de cualquier niño”. El padre de la menor sigue en custodia.
Más allá de las caravanas
El fallecimiento sirve también para abrir el foco sobre movimientos migratorios que en las últimas semanas en Estados Unidosse ha centrado en la llegada a la frontera de varias caravanas de centroamericanos. Aunque Tijuana, puerta de entrada a California, se ha convertido en el epicentro de ese éxodo, cientos de inmigrantes siguen intentando entrar en la unión americana por otros puntos de la frontera en Arizona, Nuevo México y Texas. Cada vez más llegan en unidades familiares buscando asilo. Las condiciones de su viaje suelen ser extremadamente duras.
En noviembre, según datos del Post, los agentes fronterizos detuvieron a 25.172 “miembros de unidades familiares”, un cifra récord que representa el 58% de los arrestos de inmigrantes realizados ese mes. Y este martes el comisionado de la agencia fronteriza, Kevin McAleenan, reconoció durante un testimonio en el Senado que las instalaciones de Estados Unidos son “incompatibles” con la nueva realidad de migraciones en familia. “Nuestras estaciones de la Patrulla Fronteriza se construyeron hace décadas para manejar la custodia sobre todo de hombres adultos, no familias y niños”, declaró.
Varios políticos demócratas de zonas fronterizas han mostrado su tristeza e indignación por el fallecimiento de la menor. Beto O’Rourke ha pedido en Twitter una “investigación completa” y que los resultados se compartan con el Congreso y los ciudadanos.