Juan Guaidó dijo que Nicolás Maduro tiene dos opciones: el cese de la usurpación o esperar el uso de la fuerza para desalojarlo del poder. Es la primera oportunidad en la que el jefe opositor emplaza directamente a Maduro con una opción violenta. ¿Es la última carta que juega Guaidó?
Tras casi cuatro meses desde que asumió como presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó no ha conseguido desestabilizar en su totalidad las bases que sostienen a Nicolás Maduro en el poder, quien se ha atrincherado en el Palacio de Miraflores valiéndose del respaldo de la cúpula de la Fuerza Armada, de sus servicios de inteligencia y contrainteligencia, y de los temidos colectivos parapoliciales, que han provocado decenas de heridos y muertos en las manifestaciones opositoras en los últimos años.
La oposición, atrincherada también en el esquema del cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres, ha intentado frustradamente romper la cadena de mando de la Fuerza Armada en dos oportunidades: el 23 de febrero con la ayuda humanitaria, y el 30 de abril, cuando un levantamiento militar en horas de la mañana terminó con la liberación de Leopoldo López.
Maduro apareció varias horas después visiblemente afectado por los hechos, a los que denominó “escaramuza golpista”. En el conflicto, el jefe del poderoso y temido Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), Manuel Cristopher Figuera, desertó y salió del país, obligando a Maduro a regresar a la jefatura de la policía política a Gustavo González López, una ficha de Diosdado Cabello.
Pero Maduro sigue allí. No solamente no fue desalojado de Miraflores, sino que también, en respuesta, ordenó el secuestro del diputado y primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, Edgar Zambrano, uno de los jefes del histórico partido socialdemócrata Acción Democrática. También fue allanada la inmunidad de más de una docena de parlamentarios, incluyendo la de Henry Ramos Allup, con el fin de desarticular a la Asamblea Nacional, único poder legítimo en Venezuela. Casi todos los diputados señalados por el insólito delito de “traición a la patria” han solicitado refugio en embajadas, y los militares que participaron en el alzamiento, hicieron lo propio.
El cuadro de la oposición es delicado, pues aunado a los fallidos intentos por quebrantar la cadena de mando del 23 de febrero y el 30 de abril, la estrategia de la calle se ha agotado en apariencia. Aunque Guaidó llamó a protestas indefinidas, luego del 01 de mayo esto no ha ocurrido.
Pero la radiografía de Maduro y su cúpula tampoco es la mejor, pues el cuadro de hiperinflación y hambruna que azota al país y las sanciones que sobre Petróleos de Venezuela ha dictado la Administración de Donald Trump, le restan cualquier margen de maniobra posible para sostener el orden en un país que ya perdió capacidad, incluso, para surtir de combustible a sus ciudadanos, además de la carestía de medicinas y servicios elementales como el agua, la luz y el aseo urbano. Para muchos dirigentes opositores, lo ocurrido el 30 de abril, aunque no fue definitivo, es sintomático de que algo no anda bien dentro de la Fuerza Armada, y que ese “algo” podría estallar en cualquier momento para desplazar a Maduro de Miraflores. Pero siguen siendo conjeturas.
Hasta ahora, la mayor fortaleza de la oposición venezolana es el respaldo de Estados Unidos, sin embargo la mejor opción tanto de la oposición como del Gobierno, es el uso de la herramienta de la negociación.
No obstante, y aunque en Noruega se han tendido puentes entre representantes de ambos sectores, lo cierto es que Guaidó ha retado este jueves a Maduro a escoger entre el uso de la fuerza o el abandono del poder. Lo ha emplazado sin ambages por primera vez desde el pasado 23 de enero, en lo que parece ser el último cartucho disponible para desmontar una dictadura que no arrancó en 2013 con la asunción de Maduro, sino en 1999, cuando el fallecido Hugo Chávez instauró un régimen autoritario y personalista, convirtiendo a la FANB en el brazo armado de lo que ellos han denominado revolución bolivariana, que no es otra cosa que una máquina de generación de pobreza.