Tengo una enfermedad degenerativa que se llama Facebook. No. Tengo una enfermedad degenerativa que se llama Licenciatura en Derecho. Tampoco. Tengo una enfermedad degenerativa que afecta a mis testículos, y no, no es porque intento hacer literatura. Quisiera que sea broma, pero estoy en tratamiento. Uso actualmente protector escrotal que me da una pinta de cyborg de polietileno. Esta dolencia solo puede detenerse si consumo colágeno de tiburón de la costa del Litoral que nos usurparon en la Guerra del Pacífico. Es el único espécimen de mar que se declara boliviano y que vive sumido en un trance patriótico nostálgico, lo que también, me parece una forma de degeneración.
Mi plan nunca fue tener hijos. Mis maneras idealizadas de realización han ido en otra dirección y casi siempre ligadas a mí mismo, es decir, estrictamente egoístas, satisfactorias a más no poder del yo, de mí, nunca del nosotros o jamás del otro. Esto puede tener su origen en el hecho de haberme criado solitario pues soy hijo único, entonces el sentimiento de filiación lo tengo plácidamente atrofiado. Es más, o por otro lado, puedo reconocer en otro varón que él sí puede ser un buen padre. Esto capaz puede ser considerado como un talento. En una oportunidad conversando en grupo en Camiri, yo cité, como casi siempre que puedo, cité a la película Garganta Profunda, uno de los tipos, uno grandote, que parecía ser imbuido de corrección, bondad, y atractivo carácter conservador, esos que solo se masturban cuando es estrictamente necesario, y nunca por el placer de excederse, él, que hasta guapo era, para los estándares camireños, de piernas gruesas, dijo: ¿qué es garganta profundo? Yo hice otro chiste que siempre hago: no conoces esta película, qué poca cultura pornográfica. Me respondió contrariado: la pornografía no es cultura. Luego me golpeó hasta que sus amigos le dijeron que era hora de ir a misa. Exagero. Solo quedamos en silencio y continuamos charlando de cuando estábamos en colegio, de las borracheras que teníamos siendo jóvenes; una añoranza singular no solo particular del Chaco. Pero decía que imaginé que este joven que jamás había escuchado hablar de Linda Lovelace bien podría ser un ejemplar padre, gozaba de una constitución fuerte, su sencillez me inspiraba confianza, carecía de cinismo, lo imaginé que consideraba habitable este mundo, supuse que no le provocaba mayor conflicto el postulado cristiano de engendrar hijos en este lugar al que fuimos expulsados del paraíso, que tampoco le quitaba el sueño heredarle el pecado original a su descendencia, como tampoco le quitaba el sueño el hecho de que si no crías bien a tu hijo su alma podría ir por el resto de la eternidad a parar al infierno ¡Por culpa mía o tuya! Puedo cargar con mi alma en el infierno. Pero con la de otra personas, no. Este tipo de cosas me preocupan profundamente. No podría hacerme cargo de un ser que depende completamente de mí, física ni espiritualmente.
Enfermo me tocó ir al urólogo. La primera preocupación que tuve fue no permitir que se filtrara el erotismo en un encuentro de este tipo. ¿Pero cómo se hace esto? No tenía idea. Me afligía el saber si acaso podía erotizarme. No obstante rápidamente decidí que ante lo desconocido poco y nada se puede hacer, a lo sumo: ponerle el pecho, o los huevos, nunca hubo algo más literal que esto segundo. Debía comprarme un bóxer. Me sorprendí con un pensamiento: ¡Tienes expectativas de mostrarte desnudo frente a otro hombre! ¿Pero cuál es la forma correcta de hacerlo? Me ruboricé. Decidí que el bóxer debía ser una prenda ni coqueta ni ordinaria tampoco cara y menos de macho, para estar acorde con mi deconstrucción, elegí una infalible, negra, de origen brasileño.
En la primera cita el médico me hizo preguntas, ordenó análisis, sin mirarme y sin tocarme. Salí del consultorio decepcionado con la esperanza de que mejorara mi suerte en el próximo encuentro. No cabe duda de que tenía curiosidad. No imaginaba que al primer contacto tendría una erección o tendría ganas de besar al médico. La pregunta era, ¿es posible que sea discretamente homosexual? ¿Es cierto que late en nosotros un pulso homosexual que se reprime por miedo a la tormenta de confusión que esto puede desatar? La decisión de reconocerse como homosexual significa no solo enfrentarte a tu familia, al trabajo, a tu comunidad, sino también significa comenzar de cero, pues aprender a ejercer tu heterosexualidad requirió años de trabajo, de fracaso, de idealización, de frustración, y ahora ya grande tocaría aprender a buscar una pareja homosexual, pero si encontrar una heterosexual me ha costado un huevo, o los dos. Existen preguntas decisivas sin respuestas fáciles: ¿cómo actúo en los churrascos de mi frater siendo homosexual? ¿Qué tipos de series de televisión me tienen que gustar? ¿Puedo mirar traseros de hombres en las calles? ¿Estoy dispuesto a renunciar a mis privilegios de hombre? ¿Estoy preparado para el rechazo, la discriminación, el temor de que me golpeen en la calle? ¿Vale la pena todo eso solo para que yo pueda besar, coger, querer a otro hombre? La relevancia de asumirte como homosexual en una sociedad homofóbica estriba en que no solo cambias de posición sexual sino también de postura ideológica, la relación sexual entre personas del mismo sexo, creo es el paso satisfactorio de la decisión, la fuente de placer a través del enculaje no me resulta atractivo, puesto que he sido programado para que mi zona de placer durante el sexo se deslice exclusivamente a través por sobre la cantidad de centímetros de mi pene. La religión no tiene absolutamente nada que ver con mi libertad de si o no practicar una relación homosexual, hace muchos años, sino nunca, la religión ha ejercido una influencia consciente en mis actos.
El día que fui al urólogo me dijo que la enfermedad que tengo puede perjudicar la calidad de mi semen, por lo tanto con el paso del tiempo, con el agravamiento de mi cuadro, puedo quedar estéril. Entonces, siendo que cabe la posibilidad de que no pueda tener hijos ahora sí quiero tener uno, es decir, no quiero que la naturaleza me diga que soy incapaz de fertilizar. Es por eso que estoy dispuesto a iniciar un tratamiento para poder tener hijos solo con el fin de luego evitar tener uno. ¿Se entiende? Lógica, testarudez y orgullo humano: quiero lo que no tengo para luego negármelo. El verdadero problema es que este cuadro degenerativo puede alterar la producción de testosterona lo que ocasionaría un desequilibrio en mi metabolismo haciéndome vulnerable a enfermedades cardiovasculares, sin descartar el riesgo de afectar mi desempeño sexual, la pesadilla está servida a lo largo del tiempo.
En la práctica ahora del Stand Up Comedy se me ocurren algunas rutinas sobre el tema, por ejemplo: “Todas las mañanas me digo frente al espejo: estas en la flor de tu vida, ponte el protector escrotal, y sal a conquistar el mundo”. O también imagino que podría desarrollar el chiste en el que en la prehistoria y con la enfermedad que tengo mi esperanza de vida se reduciría aún más de la habitual.
Tenemos hijos para aburrirnos menos. Ahí encontramos una razón para nuestros disgustos y nuestras felicidades. Nos deslindamos responsabilidades y las descargamos en los hijos. Es un acto de cobardía. Delegamos el éxito no alcanzado por nosotros en nuestros hijos. Lo usamos como escudos para nuestra falta de capacidades y mejores oportunidades. Ejercemos nuestra frustrante falta de talento -el cual nos prometía vanamente una vida estimulante- a través de la paternidad.
Mi ánimo de ser padre se empaña al imaginar que no puedo asumir el control de esa escurridiza y espinosa vocación a tiempo completo llamada crianza de hijos, me resisto a aceptar con estoicismo la batalla que pueden dar seres antipáticos, fastidiosos, a los que no solo tendría que otorgarles manutención y protección sino además cariño, cuando mi inclinación espontánea sería alejarme o demostrarles formas soterradas de crueldad. Paradigmática me parece la paternidad en las novelas de Tolstoi: reservadas a la servidumbre, el hijo solo está en compañía de su padre, limpio y de buen ánimo. La construcción de la paternidad como ejemplo de abnegación, nobleza, es una construcción romantizada, idealizada por la civilización moderna a través de sus manifestaciones culturizantes como el cine, la televisión, la religión, la publicidad o la psicología. En mi caso tengo la imagen mental del padre ejemplar de la mano de Charles Ingalls, no hay otro como él, pero no es más que una construcción. ¿Pero qué ocurría en la cabeza de Charles Ingalls? Qué ánimos perversos hervían en su cabeza. Es el paradigma de la familia formada por la televisión norteamericana con los que me crié: Willie Tanner, de Alf, Dany Tanner de Full House, Cliff Huxtable de El Show de Bill Cosby, progenitores sabios, sobrios, mesurados, ejemplares que ejercieron con sus existencias presencias irreales sobre mi idea de paternidad, y ahí entonces mi simpatía por padres como Ken Titus, de Titus, o Evelyn Harper, madre de Charlie Harper en Dos hombres y medio, o Lois y Hal, padres de Malcolm in the middle.
Entiendo que estas figuras paternas están más acorde con lo que sospecho es mi naturaleza, aunque tal vez ésta no sea más que otra forma de construcción, romantización e idealización para poder transitar el camino fácil que me gusta, pues el meollo de todo es que prefiero que nada me cueste, prefiero el mundo ocurriendo a una distancia en la que no me exija responsabilidades, es más fácil ser un padre descontraído que uno comprometido, es mucho más fácil ser una persona sin hijos relajada sin convicciones que una comprometida. Una reafirmación de este punto es por ejemplo la publicación de este texto que no es más que uno proyección de esta descontracción. Podría trabajar este material con cuidado, documentación, edición, lo que cuesta un trabajo respetable para armar un libro decente, pero en ese proceso me extravío en la espera azuzada por la impaciencia y el aburrimiento. Es terriblemente aburrida la escritura, edición y publicación de un libro bajo la sospecha del material mediocre. El miedo real es dar la cara a la verdad.
La paternidad puede despertar formas abnegadas de tolerancia, de resignación, de la práctica de la indulgencia, de ternura, de esperanza, te despojas del cinismo porque alguien sensato quiere legar una comunidad mejor para estas personitas que se la pasan viendo televisión. Para dejar claro, no hablo de aquel padre pobre, miserable, estúpido de tanto trabajo, que no tuvo ningún tipo de opción, cuestionarlo es una forma sádica e injusta de acercarnos. La suma de por qué tenemos hijos es compleja, no soy tan estúpido como para no darme cuenta de eso, pero surgen preguntas:
¿Actualmente los padres inscriben a sus hijos en distintas actividades para mantenerlos ocupados y lejos porque perdieron el control? ¿Cómo se aprende a vivir reprimiendo la espontánea crueldad de hacerles bullying? ¿Cómo ejerzo mi virulenta acidez en personas que esperan lo mejor de mí? ¿Qué esconde el bullying que ejercen los padres frente a los no padres siendo que su paternidad fue dada de manera fortuita, es un patrón que los siendo padres accidentales declaren la paternidad como una forma de realización?
¿Cómo se aprende a vivir con tu retoño cuando tienes fe en él, pero como éste tiene problemas de aprendizaje, decides apostar por los deportes, pero como tampoco tiene buena coordinación psicomotriz, y como tienes mierda en la cabeza decides que puede ser “mis o míster” y lo miras a tu hijo o hija que lo único que sabe hacer bien es ver dibujitos en la tele, y le hablas, John, no te hace caso, porque también es un poco sordo, y cuando finalmente se da la vuelta, te das cuenta que lo hiciste de mala gana, y es triste, pero lo abrazas y te acuerdas que esa noche le querías dar por el culo a tu esposa. Entonces solo queda inscribirlo en más cursos, en algún grupo de la sociedad en la que pueda desarrollar o descubrir o cultivar, forjar, acaso, con suerte, algún tipo de habilidad: ¿la unión juvenil cruceñista? ¿Juventudes del MAS? ¿Rotary Club?
Cuando tenía catorce años haciendo zapping di con una serie de HBO que llamó mi atención porque en la escena se veía a un tipo hablando y renegando mucho frente a sus amigos. Casi todos eran perdedores, o habían fracasado en la vida que llevaban, divorciados, dejados, uno paralítico y otro que había tenido una operación de próstata. Eran hombres modernos en decadencias, la masculinidad desmoronada, una visión agridulce, ácida del hombre que está más allá de los cuarenta o cincuenta. En esta serie, recuerdo que el capítulo que vi al amigo paralítico querían llevarlo a las rieles del tren en donde pondrían una moneda para que pase el tren y las aplaste, era un hobby que tenían cuando eran niños. Bueno, en una de esas charlas, el tipo que lo habían operado, decía que luego de su operación, el sexo había cambiado radicalmente, que el semen se expulsaba hacia atrás, es decir, hacia la vejiga, y no a través del pene, a esto se denomina una eyaculación retrógada, o también se conocen como orgasmo seco. El tipo de la serie decía que era todo lo contrario a la sensación de gloria y placer que alcanza un hombre en el orgasmo. Yo quedé: guau. Mi mundo cambió. Me di cuenta que este mundo que estaba descubriendo a punta de paja podía cambiar y para mal. Me dije que había una carrera en contra del reloj.
Pensaba en esto aguardando en el laboratorio que me realizó la prueba que arrojaría datos de la calidad de mi esperma. Estaba emocionado pues me encontraba en un lugar donde había personas que esperaban mi masturbación para hacer su trabajo. Apenas la doctora me entregó el recipiente anotó la hora en una libreta. Pensé: mierda, me van a cronometrar, ya empezó la prueba. ¿Dónde voy?, pregunté. Me indicó el baño. ¿En serio?, pensé. Esperaba un ambiente idóneo, higiénico, sonorizado, con temperatura adecuada, con una tele que pasaba porno, o mínimo revistas pornográficas, por el contrario me vi en un baño común, frío, que me costó casi treinta segundos asegurar con el picaporte, y que cuando lo conseguí, a través de una ventana se escuchaba a dos personas conversar diciendo a cada rato: miocardio. ¿Cómo te puedes masturbar si escuchas más de siete veces una palabra poco estimulante? Yo pude. Cerré los ojos. No imaginé nada. Ninguna escena sexual. Nada. Solo me concentré en mí placer. Es decir en mí mismo. Es bastante narcisista esto, pero cuando estoy teniendo sexo estoy pensando en mi pareja, pero cuando me masturbo estoy pensando en mí mismo. Es maravilloso, porque uno no pasa vergüenza consigo mismo. Es el placer puro, simple, hermoso.
Tardé tres minutos contando desde el momento en el que me entregaron el recipiente; me sentía orgulloso. Se me ocurrieron otros chistes para desarrollar en Stand Up Comedy: “Es curioso cómo puedes hablar con una enfermera de la prueba seminal en un consultorio, pero hablar de tu semen en un boliche, podría ser considerado acoso”; “Debe ser frustrante ser urólogo y tener la pija chica. O capaz sea una de las razones por las que te haces urólogo”; “Estoy averiguando un lugar donde criogenicen mis espermatozoide, mientras tanto guardo las pruebas en la heladera junto a los licuados de guineo”; “Sí, esta noche vine a hablarles de mi semen”.
Nada más.
Saúl Montaño (Camiri, Bolivia 1985). Ha publicado los libros de relatos Una bandada de pollos en el firmamento (2012) y Desvelo (2016). Autorretrato (2017) es su último libro en clave de no ficción. Actualmente co-administra el blog cultural Hay vida en Marte.