Una noche pues o un día sentado a su mesa con la cabeza en las manos se vio levantarse y partir. Primero levantarse sin más pegado a la mesa. Luego volver a sentarse. Luego levantarse nuevamente pegado a la mesa nuevamente. Luego partir. Comenzar a partir. Con pies invisibles comenzar a partir. A pasos tan lentos que sólo el cambio de sitio lo probaba. Como cuando desaparecía mientras aparecía nuevamente en un nuevo sitio. Luego desaparecía nuevamente mientras aparecía más tarde en un nuevo sitio nuevamente. Así iba desapareciendo cada vez mientras aparecía luego nuevamente en un nuevo sitio nuevamente. Nuevo sitio en el lugar en el que sentado a su mesa con la cabeza en las manos. Mismo sitio y misma mesa que cuando Darly murió y lo abandonó. Que cuando otros a su vez antes y después. Hasta que él por fin a su vez. Con la cabeza en las manos semi-deseando semi-temiendo que volviera a desaparecer que ya no reapareciera. O simplemente pidiéndoselo. O simplemente esperando. Esperando ver si sí o no. Si sí o no nuevamente solo sin esperar nada nuevamente.
Visto siempre por la espalda donde quiera que fuera. Mismo sombrero y mismo abrigo que en la época de la errancia. Tierra adentro. Ahora como alguien en un sitio desconocido en busca de la salida. En las tinieblas. A ciegas en las tinieblas del día o de la noche de un sitio desconocido en busca de la salida. De una salida. Hacia la errancia de antaño. Tierra adentro.
Un reloj lejano tocaba la hora y la media. El mismo que en la época en la que Darly entre otros murió y lo abandonó. Toquidos ya claros como llevados por el viento ya apenas en tiempo sereno. También gritos ya claros ya apenas. Con la cabeza en las manos semi-deseando semi-temiendo cuando tocaba la hora que ya nunca la medía. Igual que cuando tocaba la media. Igual cuando los gritos cejaban un momento. O simplemente pidiéndoselo. O simplemente esperando. Esperando escuchar.
Hubo un tiempo en el que de tiempo en tiempo levantaba la cabeza suficientemente para ver las manos. Lo que de ellas había que ver. Una extendida en la mesa y sobre ella extendida la otra. En reposo después de todo lo que hicieron. Levantaba su finada cabeza para ver sus finadas manos. Luego la reposaba en ellas en reposo también ella. Después de todo lo que ella hizo.
Mismo sitio que aquél desde el cual cada día se iba a errar. Tierra adentro. Al que cada noche regresaba a dar vueltas en la sombra aunque pasajera de la noche. Ahora como desconocido al que vio levantarse y partir. Desaparecer y reaparecer de nuevo en un nuevo sitio. Desaparecer otra vez y aparecer otra vez en otro nuevo sitio. O en el mismo. Ningún índice de que no el mismo. Ninguna pared señal. Ninguna mesa señal. En el mismo sitio que en el que daba vueltas todo sitio como uno mismo. O en otro. Ningún índice de que no otro. Donde nunca. Levantarse y partir en el mismo sitio de siempre. Desaparecer y reaparecer en otro donde nunca. Ningún índice de que no otro donde jamás. Sólo los toquidos. Los gritos. Los mismos de siempre.
Luego tantos toquidos y gritos sin que hubiera reaparecido que quizá ya no reaparecería. Luego tantos gritos desde los últimos toquidos que quizá ya no habría. Luego tal silencio desde los últimos gritos que quizá ya no habría más. Como quizá el final. O quizá solamente un remanso. Luego todo como antes. Los toquidos y los gritos como antes y él como antes ya allí ya ausente ya allí nuevamente ya nuevamente ausente. Luego el remanso nuevamente. Luego nuevamente como antes. Así una y otra vez. Y paciencia esperando el único verdadero fin de las horas y de la pena tanto de sí como del otro es decir la suya.
Pero pronto cansado de hurgar en esas ruinas retomó su paso a través de las largas pálidas hierbas resignado a ignorar dónde estaba y cómo llegó o a dónde iba y cómo regresar al sitio del cual ignoraba cómo había partido.
Así iba ignorando todo y con ningún fin a la vista. Ignorando todo y además sin deseo alguno de saber ni a decir verdad sin ninguno de ninguna clase y por consiguiente sin remordimientos tan sólo hubiera deseado que cesaran de una buena vez los toquidos y los gritos y lamentaba que no. Toquidos ya apenas ya claros como traídos por el viento pero no sopla nada y gritos ya claros ya apenas.