Cuando las escuelas públicas se niegan a reconocer las diferencias de género, traicionamos a los niños y a las niñas por igual.
La fertilidad es el capítulo que le falta a la educación sexual. A las jóvenes ambiciosas, que compiten en carreras profesionales pensadas para hombres, se les ocultan datos sobre la disminución de la fertilidad femenina a partir de los veinte años.
El empecinamiento de los programas estatales de educación sexual en no reconocer las diferencias de género traiciona tanto a los chicos como a las chicas. Los géneros deben recibir el asesoramiento sexual por separado. Es absurdo obviar la cruda realidad de que los hombres jóvenes arriesgan menos al practicar por sistema el sexo esporádico que las mujeres jóvenes, que pueden quedarse embarazadas y cuya futura fertilidad puede verse comprometida por la enfermedad. Los niños deben recibir lecciones de ética básica y recomendaciones morales sobre el sexo (por ejemplo, no aprovecharse de las mujeres ebrias), mientras que las niñas deben aprender a distinguir entre ceder en el sexo y ser populares.
Pero es esencial que las niñas reciban consejos sobre cómo planificar su vida a largo plazo. Con demasiada frecuencia, la educación sexual define el embarazo como una patología que se cura con el aborto. Las adolescentes deben plantearse en profundidad cuáles son sus objetivos y metas en la vida. Si pretenden compatibilizar la maternidad con una carrera profesional, deben elegir si quieren tener los hijos pronto o tarde. Cada decisión tiene sus ventajas, inconvenientes y compensaciones.
Por desgracia, la educación sexual estadounidense es una mezcolanza disparatada de programas inconexos. Es urgente iniciar un debate nacional sobre la implantación de un estándar curricular y sobre la imprescindible transparencia pública. El sistema actual es demasiado vulnerable a las presiones políticas tanto de la izquierda como de la derecha, dejando a los estudiantes atrapados en medio.
Hoy, la educación sexual es obligatoria en veintidós estados más el distrito de Columbia, pero las decisiones relativas a los programas dependen de los respectivos distritos escolares. El abanico de profesores de educación sexual abarca desde expertos en salud titulados hasta voluntarios y «educadores» jóvenes supuestamente igualitarios, pero con una formación mínima. Es evidente que los instructores pueden aportar sus propios sesgos de permisividad sexual, como demuestran los escándalos que surgen de vez en cuando sobre el uso inapropiado en clase de material pornográfico o de sitios web de sexo explícito.
La presión social para incluir la educación sexual en los programas de estudios se inició en 1912 con una propuesta de la National Education Association relativa a impartir clases de «higiene sexual» para prevenir las enfermedades de transmisión sexual, como la sífilis. Durante la crisis del sida de la década de 1980, el entonces director general de Salud Pública, C. Everett Koop, incluyó la educación sexual a partir del tercer año de primaria. En la década de 1990 los educadores sexuales se centraron en controlar el embarazo adolescente en las zonas urbanas marginales.
La educación sexual ha generado una polémica constante, entre otras cosas porque el sector conservador y religioso la tacha de instrumento del imperialismo cultural laico, aduciendo que socava los valores morales. Va siendo hora de que la izquierda admita que tienen su parte de razón: los colegios públicos no deberían promulgar ninguna ideología. La respuesta «progresista» a la exigencia conservadora de que la educación sexual se base exclusivamente en la abstinencia ha sido condenar la supuesta intención de someter a la juventud a un procedimiento de «miedo y vergüenza». Pero algo más de miedo y de vergüenza podrían no venir mal como método autodefensivo en nuestra sociedad hedonista y mediática.
Las mujeres de mi generación del baby-boom se rebelaron valientemente contra el culto a la virginidad de la década de 1950, cuyo ídolo era la modélica Doris Day, pero detrás de nosotras vino el caos. Los jóvenes de hoy reciben un bombardeo prematuro de imágenes y mensajes sexuales. Las adolescentes, que suelen vestirse de manera seductora, no están preparadas para gestionar la atención sexual que ocasionan. La educación sexual se ha vuelto incoherente porque los contenidos son tan amplios como dispersos. Debería dividirse en grandes apartados temáticos, para asegurar un trato profesional de cada sección.
En primer lugar, la anatomía y la biología reproductiva deben incluirse en los programas generales de biología impartidos en la enseñanza media por profesores de ciencias cualificados. Deben tratarse todos los aspectos de la fisiología, desde la pubertad hasta la menopausia. Los estudiantes tienen derecho a escuchar una voz objetiva, clara y desapasionada sobre el cuerpo humano, en vez de la típica jerga almibarada y facilona que ahora infesta los libros de texto con contenido sexual.
En segundo lugar, los expertos titulados en temas de salud, que aconsejan a los niños lavarse las manos para evitar un resfriado, deben abordar las enfermedades de transmisión sexual en la enseñanza media, es decir, en los primeros años de la secundaria. Debe impartirse información sobre el uso de condones, pero los colegios públicos no son el lugar adecuado para distribuir condones, como se hace actualmente en los distritos escolares de Boston, Nueva York y Los Ángeles. La distribución de preservativos deben hacerla los hospitales, las clínicas y los organismos de servicios sociales.
Igualmente, a los colegios públicos no les compete enumerar las variedades de gratificación sexual, desde la masturbación hasta el sexo oral y anal, aunque los expertos en salud deban responder objetivamente a las preguntas de los estudiantes sobre las implicaciones sanitarias de tales prácticas. El tema de la homosexualidad es polémico. En mi opinión, las campañas contra el acoso escolar, por loables que sean, no deben escorarse hacia el respaldo político de la homosexualidad. Los estudiantes deben tener la libertad de crear grupos que puedan identificarse como homosexuales, pero las escuelas en sí deben permanecer neutrales para que la sociedad evolucione por sí misma.
Publicado en Time el 24 de marzo de 2014.