Nayib Bukele fue aplaudido como el primer presidente millenial al encumbrarse en la primera magistratura de El Salvador. Esta semana, su imagen de muchachito buena onda que se hace selfies se fue al carajo con un intento de golpe de estado que le salió mal.
Sus tres errores son mucho más que eso. Primero ordenó al Ejército tomar por asalto al Congreso, encabezado por él. Ni siquiera las dictaduras militares se habían atrevido a hacer algo semejante. Segundo, afirmó haber hablado con dios, quien le recomendó paciencia, con lo cual se alinea con los políticos incapaces de entender la indispensable separación entre podio y púlpito, además de cometer un sacrilegio, hablando en términos religiosos. Y ayer, como concesión, afirmó estar dispuesto a obedecer a las cortes, a lo cual está obligado.

Es comprobación de incapacidad llamar a los ciudadanos a tomar las calles para obligar a los diputados a acatar sus deseos, además de aberración. Los militares obedientes a esa orden presidencial rompieron la norma castrense de no acatar órdenes ilegales, aunque estén basadas en una interpretación inconveniente de un artículo constitucional. Inconscientemente afloraron con fuerza sus sentimientos totalitaristas. El Salvador retrocedió aún más de lo imaginable, aunque se pueda estar de acuerdo con la motivación bukelesca. En pocas horas acabó con los avances en su imagen, ahora de un dictador en potencia.

Por el momento, y como parche, la decisión del presidente salvadoreño de acatar la resolución de la Corte Suprema en la que pide a su Gobierno abstenerse de usar al Ejército en actividades que pongan en riesgo la separación de poderes rebaja la temperatura de la crisis política. Mientras Bukele sigue defendiendo la necesidad de financiar su plan de seguridad, cada vez más voces piden la renuncia de su ministro de Defensa.

 

«Aunque no compartamos lo resuelto por la Sala de lo Constitucional, acataremos la orden emanada» de la CSJ, se lee en un comunicado de la Presidencia y el Consejo de Ministros. Con esta medida, Bukele quería que los miembros de la Asamblea, de mayoría opositora, aprobaran el crédito para su plan de lucha contra las pandillas, con el que hasta ahora ha conseguido frenar considerablemente los índices de homicidios. Pero la decisión de hacerlo rodeado de militares armados y llamando a la población a una «insurrección» provocó el rechazo de los diputados, incluso los de la Gran Alianza por la Unidad Nacional (GANA), la coalición con la que llegó al poder, y también la condena de la CSJ.

En una decisión tomada por los cinco magistrados que integran el máximo tribunal de Justicia el lunes, la corte ordenó además al ministro de la Defensa y al director de la Policía Nacional Civil «que no ejerzan funciones y actividades distintas a las que legalmente están obligados» y exigió al Consejo de Ministros el cese de los efectos de convocatoria con el propósito de una sesión extraordinaria para aprobar el préstamo. El domingo, tras ver frustrada su convocatoria, Bukele dio un plazo de una semana a la Asamblea Legislativa para aprobar el préstamo de 109 millones de dólares para equipar al Ejército y a la Policía.

Bukele ha utilizado su cuenta de Twitter para compartir mensajes sobre la reducción de los índices de homicidios en el país y para criticar a los diputados que, a su juicio, pactan y «protegen a los criminales». El Salvador es uno de los países más violentos del mundo y Bukele ha comenzado a implementar un plan de seguridad por el que ha conseguido reducir los índices de homicidios diarios de 8.8 cuando llegó al poder, en junio de 2019, a 3,8 diarios en enero. Es una de las victorias pírricas del jefe de Estado, quien no consigue levantar la economía.

Bukele cargó contra la decisión del Supremo y acusó al tribunal de «tratar de proteger el sistema». «Estamos dispuestos a dar todo, incluso este cargo, que como la misma vida, es prestado», agregó el mandatario.

Tras presentarse en una militarizada Asamblea Legislativa el domingo, Bukele aseguró que «lo de los militares solo fue un acto de presencia», al tiempo que señaló en el sueceso, que incluyó una concentración de sus seguidores en los alrededores del Parlamento no hubo «ni siquiera un golpeado, mucho menos un disparo o un mueble roto». «La libertad también se ejerce en la calle», aseguró.