e descompone la sicología del Cojudo Nacional Promedio y hemos aclarado, también, que su definición corresponde a la equidistancia razonable entre los Cojudos Totales y Parciales. Veamos ahora qué características presentan ambos extremos, según la Escala de Vivansky y Lobinsky, indispensable para medir el grado de cojudez que sufre cada peruano en el cerebro. En verdad, sobre los Cojudos Totales hay poco que decir, excepto que sufren la enfermedad con características hereditarias —por lo tanto, de nacimiento—, que son incurables, inaguantables, inaceptables y ubicados científicamente en los linderos de la Imbecilidad Contumaz. Básicamente, podemos clasificar a los Cojudos por el grado de saturación en sujetos que:

Huelen a Cojudo.

Tienen vestigios de Cojudo

Tienen algo de Cojudo.

Tienen bastante de Cojudo

Tienen mucho de Cojudo

Son Cojudos de pies a cabeza.

Bien. Estos últimos son los Cojudos totales, que no tienen salvación ni retroceso Son Cojudos vistos desde todos los ángulos: político, económico, social, intelectual, espiritual, físico y metabólico. Es decir, son Cojudos integrales y hasta celulares, porque si se les hiciera un examen de sangre, nos encontraríamos con leucocitos Cojudos, linfocitos acordados y un mar de cojudez flotando entre las células. Nacen, crecen, desarrollan, se reproducen y mueren como unos perfectos Cojudos y constituyen una clase aparte, que pretende ser algo así como la aristocracia de la cojudez, lo cual es Cojudo en sí, porque si bien aceptamos la existencia de Cojudos pertenecientes a las clases populares, a la clase media y a una especie de plutocracia de la cojudez, el sentido aristocrático de Lo Cojudo no está determinado cuantitativamente por la concentración masiva de cojudez en un solo individuo, sino por la jerarquía natural del tipo que se padece. El Cojudo Total no conoció jamás otro mundo que el de su propia cojudez; prácticamente no pertenece a la sociedad en que vivimos, pues ignora sus costumbres, sus tradiciones, su pasado y su presente, así como no tiene capacidad para participar en su porvenir. Es un auténtico extranjero de la cojudez. Casi un imperialista que pretende imponer «su» absurda cojudez individual sobre la cojudez colectiva de quienes representamos la auténtica mentalidad del país. Los Cojudos Totales son —para decirlo con una palabra también cojuda— obsoletos en nuestro tiempo. Tienen la cojudez alienada y no se han concientizado lo suficiente como para adaptarse a los tiempos que corren.

Hemos dicho «extranjero», al pasar, pero esta palabra dicha en tono peyorativo, viene a ser injusta para quienes, sin haber nacido en suelo peruano, respiran, sin embargo, el aire de nuestro medio ambiente y se van anestesiando —vale decir, acojudándose— poco a poco, en la medida en que conviven al lado de nosotros. Admitimos que los extranjeros, cuando vienen al Perú, necesitan de un cierto tiempo para aclimatarse. No al completo atmosférico, que eso es fácil, sino a la cojudez integral del país, que no se puede contraer de la noche a la mañana, sino que requiere de un proceso, a veces largo, de incubación, aparición de los primeros síntomas y desarrollo propiamente dicho de la enfermedad. A uno les da benigna, como —digamos— al chileno, que es un fabricante nato de Cojudos, mientras que otros la sufren de manera violenta, como los alemanes, que escuchan extasiados a los cachimbos de la Guardia Republicana; los suizos, que a las dos de la madrugada —cuando no hay un alma en las calles— detienen su automóvil porque el semáforo está en rojo. Los ingleses, que en materia de cojudez pueden llegar a lo sublime, y los españoles, que en el Perú son Cojudos por derecho propio. No sólo en mérito a lo anacrónico sino por aquella cojudez de la doble nacionalidad, en la cual no cree ni san Candelejón. Ya el simple hecho de que un extranjero resida en el Perú es un signo claro de cojudez o masoquismo que, a ciertos niveles, viene a ser la misma cosa. Con el tiempo y si se lo propone con dedicación y esfuerzo, un extranjero puede ser tan Cojudo como cualquier peruano e, inclusiva, superarlo categóricamente, cuando llega al máximo de la Cojudez Absoluta y Estupefaciente, por medio de la Nacionalización. Ya después de nacionalizarse peruano, al extranjero no le queda sino morirse. Como un perfecto Cojudo, naturalmente.

En cuanto a los Cojudos Parciales, que constituyen el grueso de la población, debemos comenzar rechazando la teoría climatológica de la cojudez nacional. Esto es, que el clima hace a los Cojudos lo cual es completamente falso, porque igual tenemos Cojudos en las tres regiones naturales, sin referirme específicamente al explorador de la selva, al alpinista de la sierra y al cobrador de la Baja Policía en la Costa. Eso por un lado. Por el otro, debemos ubicar geográficamente al Cojudo nacional como limitando, a) Norte, con el Pendejo, al Sur con el Idiota, al Este con el Pájaro-Bobo y al Oeste con el Ángel de la Bola de Oro. También debemos señalar que el Cojudo Parcial es básicamente sano —descontando las enfermedades inevitables de la niñez y la infancia— porqué como la cojudez mental pasa a la sangre, es natural que por su intermedio se produzca en el sujeto un acojudamiento generalizado de bacilos y microbios, así como virus filtrables que lo hacen verdaderamente inmune a toda clase de dolencias, excepto, naturalmente a los efectos de su propia cojudez. Por ello, es que los Cojudos no mueren de enfermedad sino de Cojudos. Esto es, pisados por un camión, arrastrados por una ola, fragmentados por una explosión etc. Inclusive, los Cojudos viven, en promedio, mucho más que quienes no contrajeron nunca o todavía la enfermedad, porque su forma cojuda de raciocinar los aleja de la inteligencia en igual medida que los acerca al instinto. Esto es, a la conservación de la vida y la especie. Por ello, si de algo estamos seguros es de que los Cojudos no se extinguirán jamás sobre la superficie de la Tierra y que algún día, eliminados los Pendejos por selección natural, no quedará en el planeta sino un mundo de Cojudos. Mundo que, desdichadamente, no manejaremos nosotros, porque somos tan Cojudos que hasta eso nos quitarán los demás. Ahora bien, la clasificación de los Cojudos Parciales abarca todos los aspectos de la vida diaria, en sus mentalidades, sus clases sociales, su espíritu motivacional, sus formas externas, su contenido ético, su abolengo como Cojudez Intrínseca y otros valores similares y vigentes dentro del medio en que vivimos. Así tenemos:

Por su contenido Histórico

El Cojudo Incaico, que vive entre huacos falsificados, telas de Paracas fabricadas en el Callao y piezas de oro «legítimas» que produce un amigo mío, aquí en La Victoria. La aspiración máxima de su vida consiste en realizar el sueño de la momia propia, hasta que termina comprando el cadáver de doña Aniceta Pongori, natural de Huancayo y residente en San Cosme, convertido en charqui y barnizado al duco por sus inconsolables hijos.

El Cojudo Colonial, cuya mentalidad oscila entre el virrey Amat y Ricardo Palma. Siempre se cree descendiente de alguien con peluca empolvada y su casa está llena de cachivaches múltiples, tales como cuadros cuzqueños («made in» Escuela de Bellas Artes, por el último de la clase), marcos dorados, espejos con pan de oro, calzones de la Perricholi y cuanta cojudez falsifica un tal Gamarra, de Miraflores, para vender a los expertos en la materia. Cuando mueren, todo lo que dejan se remata en Tacora por dos soles.

El Cojudo Republicano que, salvo casos excepcionales, sólo se da entre Cojudos mayores de ochenta años. O sea, aquellos para quienes la República empezó con San Martín y terminó con José Pardo. Mi abuelo paterno era el tipo clásico de esta cojudez, que lo llevó al Parlamento primero y a la cárcel después, justo cuando había pronunciado un enternecedor discurso relacionado con la Libertad, la Constitución y las Leyes. En la actualidad quedan muy pocos y para el año 2000 no quedará ninguno. Felizmente.

El Cojudo Contemporáneo, que es el Cojudo Histórico actual. No colecciona nada, excepto amigos del Gobierno, porque hasta los Cojudos saben cómo arreglárselas para sobrevivir. No falta nunca a Palacio cuando hay besamanos o juramentaciones, saluda a los ministros sin conocerlos y moriría entre espasmos del más Cojudo placer si su fotografía apareciera en los diarios estrechando la mano del Presidente de la república, sea el presente o cualquier otro. De estos Cojudos, sólo en Lima tenemos un millón.

Por su contenido Social

El Cojudo Aristocrático no dice «mi apá», como todo el mundo, sino «papá» cuando necesita referirse a dicho semental que, en muchos de los casos, nada tuvo que ver con la venida al mundo del Cojudo en cuestión. Es un tipo de cojudez con tendencia hereditaria. Casi todos prefieren tener mayordomo de uniforme, aunque se estén muriendo de hambre y tengan que vender el alma al diablo para pagarle el sueldo. Estos Cojudos viven en un mundo completamente irreal, pero no se dan cuenta de ello hasta que un día se vence la hipoteca y les rematan la casa.

El Cojudo de Clase Media, que es de dos tipos, ya que la clase media es una estación de tránsito: Los que vienen de abajo para arriba, con la ambición de convertirse en nuevos ricos, y los que van en picada de arriba para abajo, precipitados en el abismo de los nuevos pobres. Ambos son igualmente Cojudos y no tienen más literatura que la página social de los periódicos, donde sueñan con ver aparecer a las hijas. Oficialmente nadie en el Perú pertenece a la clase media, porque los Cojudos consideran una ofensa que se les clasifique dentro de ella. Sobretodo cuando ya han conseguido ser socios de algún club importante. También compuesto mayoritariamente por Cojudos.

El Cojudo Popular es, por lógica, el menos popular de los Cojudos, porque vive en un mundo inhóspito de agresión y supervivencia donde, quien no se apendeja, muere. El Cojudo popular se gasta casi todo lo que gana en ropa, va a platea en Salas de Estreno, usa reloj con pulsera de oro y tiene cuenta de ahorros porque está juntando dinero para casarse con una blancona y mudarse a Lince, mientras se recibe de cualquier cosa por correspondencia (que es el negocio ideal para vivir de los Cojudos). Sueña con matricular a sus hijos en un colegio de paga (otra gran mina para explotar Cojudos) y su mayor ambición es la de tener un teléfono que aparezca en la Guía con su nombre y su apellido. Desgraciadamente, los Cojudos populares no llegan muy lejos, porque la vida es cruel y no les permite superarse. De Diputados no pasan.

El Cojudo de Protesta, representante genuino de la cojudez ultramoderna. No se baña, tiene mal aliento, su cabeza parece un arbolito de navidad, por el cerro de caspa que la adorna. Vive del papá, de la mamá, del abuelito o de algún mariposón intelectual (porque está liberado de prejuicios) y despierta serias dudas en cuanto a si es realmente un Cojudo con guitarrita o un gran Pendejo que ha descubierto la manera de vivir sin trabajar. El Cojudo de Protestó Legítimo —porque de que los hay, los hay— está contra la guerra del Vietnam, contra la virginidad (inclusive la suya propia), contra la sociedad, contra la corriente y, de modo especial, contra el jabón.

Por su Contenido Espiritual

El Cojudo Prócer, que se siente iluminado para resolver los grandes problemas del país y que perora siempre en nombre de la Patria, como si fuera ahijado, entenado o marido de dicha señorita. Habla con los ojos, la boca, las pestañas, los dedos crispados y, a veces, con ayuda del cerebro, que muy escasa luz le puede dar. Peor que el Cojudo Prócer, es el Cojudo que cree en el Cojudo Prócer y lo sigue o lo toma en cuenta. El Cojudo Prócer escribe libros para demostrar que sin él viviríamos en las cavernas. Cree que en él se han reencarnado al mismo tiempo los espíritus de San Martín y Bolívar y es tan, pero tan Cojudo, que cualquier día se muere y tenemos que levantarle un monumento.

El Cojudo Mártir es de los que llegan a esta categoría más por Cojudos que por mártires, debido a que la cojudez los impulsa a salir de abanderados cuando hay balas, y de voluntarios cuando todos los demás se hacen los Cojudos, esperando que un Cojudo auténtico los saque del compromiso. El Cojudo Mártir se casa con la más fea del barrio, mantiene a la suegra y a los cuñados, reconoce hijos que no son suyos y estaría hace rato en los altares de no ser porque la Iglesia no acepta Cojudos en sus filas, bajo ningún concepto. Los Cojudos mártires son tan Cojudos que cuando mueren, todo el mundo los recuerda como Cojudos, pero nadie como mártires. Aunque la verdad es que, con muy pocas excepciones, para meterse a mártir en estos tiempos se necesita ser un Cojudo de siete suelas.

El Cojudo Místico huele a cirio, a sacristía, a sotana transpirada y, por extraños misterios teológicos, a berrinche de gato. También huele a Pendejo porque, la verdad es que el misticismo resulta muy sospechoso hoy en día, cuando nadie cree ni en María Santísima y la humanidad solo se preocupa de sacarle el jugo a la vida, antes que se acabe el mundo. El Cojudo Místico es un ejemplar bastante completo de lo Cojudo porque —en razón de su oficio— no sólo debe tener obligatoriamente, cara de Cojudo, voz de Cojudo y mirada de Cojudo en trance metafísico, sino que necesita andar con el cerebro hecho una ciénaga de cojudez para estar pensando en las musarañas cuando bien puede aprovechar su tiempo en cualquier cosa útil. En las mujeres, por ejemplo. Ahora, si el Cojudo Místico tuviera un olor demasiado fuerte a Pendejo, siempre será fácil encontrarlo junto a las alcancías, que hasta hoy siguen siendo uno de los mejores negocios inventados por el hombre.

El Cojudo Sensacional se caracteriza por su tendencia a multiplicar las cosas y por su incorregible manera de exagerar, deformando la verdad y sorprendiendo a los tres o cuatro Cojudos que le creen. Así, donde hubo un herido, el Cojudo Sensacional verá catorce muertos, donde sonó un tiro el Cojudo Sensacional verá una revolución y donde sólo hubo un beso furtivo entre los novios, el Cojudo Sensacional relatará con pelos y señales cómo ocurrió la correspondiente violación. Los Cojudos de esta categoría tienen complejos de periodista frustrado, y lo más trágico del caso es que casi todos ellos trabajan, precisamente, en algún periódico. Sin embargo, cuando se mueren, la noticia apenas ocupará dos renglones para anunciar que «Ayer se murió el Cojudo Fulano de tal» y nada más. Esto es lo que se llama La Lev de las Compensaciones.

Por su Contenido Económico

La cojudez típica de fumar en pipa sin ser gringo…

El Cojudo Rico piensa que todo, absolutamente todo, se puede comprar con dinero, lo cual es también absolutamente cierto, pero, como se trata —en este caso— de un Cojudo, lo más probable es que sólo se dedique a comprar cojudeces de las muchas que hay para la venta en este mundo. Por ningún concepto, el Cojudo Rico permitirá que otro Cojudo (porque los Pendejos no entran en este juego) pague una cuenta en su presencia, ni perderá ocasión de recordamos cómo hizo fortuna gracias a la dedicación y el empeño que su también Cojudo padre puso en la tarea de morirse oportunamente. Por estas circunstancias y por una de esas paradojas que tiene el destino, viene a ocurrir que todo Cojudo Rico no es, en el fondo, sino un Pobre Cojudo.

El Cojudo Acomodado viene a ser, posiblemente, el más Cojudo entre los Cojudos económicamente considerados, porque su cojudez principal consiste en competir con los Cojudos Ricos, sin tener los medios suficientes para ello. El Cojudo Acomodado gana siempre menos de lo que necesita para vivir, y esto hace que viva siempre menos de lo que necesita para ganar. Casi todos los Cojudos Acomodados terminan por arruinarse en la estéril competencia que emprenden con los Cojudos Ricos, pasando automáticamente a militar en las filas de los Cojudos-filósofos empeñados en hacer comprender al mundo que «El dinero no hace la felicidad». Lo cual es una reverenda cojudez, porque no es verdad. Uno, con dinero en el bolsillo vive más tranquilo, más sereno, más confiado y seguro. Además, el mundo le importa tres carajos, que es la manera más completa de ser feliz.

El Cojudo Pobre es, sin falsos sentimentalismos, un infeliz de porquería y un verdadero masoquista socio-económico. Porque, ser pobre, pase, pero ser pobre y, además Cojudo, es de una insistencia que linda en lo desesperante. Además —y esto es lo peor— los Cojudólogos más destacados no se han puesto de acuerdo en lo tocante a si el tipo se volvió Cojudo porque era pobre, o viceversa, terminó en la pobreza porque era Cojudo. Es decir, el caso de la cebra (cuadrúpedo Cojudo por excelencia), del cual no se sabe si es un animal amarillo con rayas verdes, o un animal verde con rayas amarillas. Yo, personalmente, no creo que la Cojudez conduzca a la pobreza, dado que hay Cojudos Ricos, ni que la pobreza conduzca inevitablemente a la cojudez, visto que muchos pobres mueren dejando fortunas en el Banco. Por lo tanto, el Cojudo Pobre es provocador y un elemento antisocial, un inflacionista de la cojudez y un demagogo de la pobreza, al que debemos combatir en un sólo frente y con un solo grito: «¡Cojudos del mundo, uníos!».

El Cojudo Muerto de Hambre se caracteriza, como su nombre lo insinúa, porque está bajo de calorías, proteínas, vitaminas y carbohidratos, al mismo tiempo que está alto de estupidez, imbecilismo, cretinismo y retardo mental. Por lo tanto su problema consiste en que no le funcionan ni las mandíbulas ni el cerebro. Nuestro problema consiste en no tropezamos con él, porque su presencia quita el apetito. Lo más característico del Cojudo Muerto de Hambre consiste, precisamente, en que no esta muerto sino, más bien, tan vivo y hambriento que sería capaz de comerse un elefante a la parrilla si se le pone a tiro de servilleta. Por lo tanto, es un «Cojudo-vivo», lo cual presupone ya una contradicción desconcertante porque, si es vivo, ni está muerto, ni pasa hambre ni es Cojudo. Pero si es Cojudo y está muerto de hambre, ni está vivo ni puede tener hambre, propiamente dicha, porque los muertos ni sienten, ni padecen. Por lo tanto, yo creo que el Cojudo Muerto de Hambre es de tan frágil contenido dialéctico que no le queda sino actuar honradamente, muriéndose cuanto antes, porque su existencia constituye una verdadera falsificación social. Poco importa que se muera de Hambre o de Apetito («hambre» se tiene de la clase media para abajo y «apetito», de la clase media para arriba), pero lo impostergable es que se muera cuanto antes. Recién entonces podrá escoger con todo derecho a ser, sin que nadie se lo critique:

a)Un Cojudo Muerto de Hambre,

b)Un Muerto. Cojudo de Hambre, o

c)Un Hambre de Cojudo Muerto.

Acojudamiento fulminante por la sorpresa de una herencia inesperada…

Los Cojudos Parciales típicos son aquellos que, por ejemplo, descubren su verdadera vocación para la Medicina cuando ya tienen quince años de arquitectos o llegan a la conclusión de que, en el fondo, son ateos, cuando los acaban de nombrar obispos. Sin que esto signifique una irreverencia ante los ojos del Señor, para quien todas las criaturas son iguales, particularmente en el caso de los hermanos gemelos. Un prototipo de Cojudo Parcial, digamos, vendría a ser el del ciudadano que recién llega a graduarse de cornudo cuando su hijo mayor se está graduando de ingeniero agrónomo, y que tiene el carácter suficiente como para reafirmar su tipo de cojudez (parcial) poniendo a la adultera de patitas en la calle —con amante y maletas, en espera de un taxi— o la personalidad necesaria para que el asunto le importe un cuerno. O dos, que es el mínimo requerido para doctorarse en tales menesteres. Esta segunda actitud, de pasar por alto lo que le viene ocurriendo por lo bajo, quitaría al astado la categoría de Cojudo Parcial (inclusive la de Cojudo, a secas) y lo convertiría en un ciudadano cualquiera, como tanto carnudo indiferente que anda por este mundo.

Los Cojudos Parciales se dan en todas las profesiones, ocupaciones, edades, sexos, clases sociales, religiones, razas, partidos políticos, instituciones, logias, mafias, clubes y, en fin, donde quiera que el Hombre desarrolle equis clase de actividad o función. O no desarrolle ninguna, que es el caso de los Cojudos en vacaciones. De este modo se forman las combinaciones más curiosas y desconcertantes, como el caso —por ejemplo— del Cojudo que es, al mismo tiempo, cajatambino, protestante, conservador, ingeniero, coleccionista de mariposas y miembro de alguna sociedad filantrópica, que es donde, por lo general, se juntan los Cojudos auténticos con los falsificados. Desde luego, lo anterior no presupone que todos los cajatambinos o ingenieros sean Cojudos, sino al revés: vale decir, que algunos Cojudos pueden ser simultáneamente ingenieros y/o cajatambinos. O médicos y/o camanejos. Porque en el Perú primero se es Cojudo (lo básico) y luego se es cualquier cosa (lo accesorio). Alguien podría ser coleccionista de mariposa, con toda seriedad y, al mismo tiempo, un perfecto Cojudo como regionalista que piensa —supongamos— en la inmensa superioridad de los trujillanos sobretodos los demás peruanos juntos. Estaríamos frente al caso de un hombre que, como científico, puede aspirar a los más altos honores pero que, como regionalista, tiene el cambio abierto hacia el Premio Nobel de la Cojudez. Porque aquí, en los terrenos de lo Cojudo y de la Cojudez Intrínseca, el orden los factores si altera el producto, visto que no es lo mismo referirse a un «empleado público Cojudo», que es petulante, que a un «Cojudo empleado público», de los que ocupan los últimos peldaños del escalafón. De igual manera, la clasificación categórica de los Cojudos establece que se puede tener:

a)Cara de Cojudo, que son, como los huacos, auténticas y falsificadas.

b)Risa de Cojudo, que induce a error porque también caracteriza a los hipócritas.

c)Mirada de Cojudo, de cuya ambivalencia se benefician los Cojudos reales y los carteristas.

d)Voz de Cojudo, con sus propias escalas musicales de Cojudo Tenor, Cojudo Barítono, etc.

e)Ronquidos de Cojudo, que se confunden y producen a dúo con la flatulencia del propio Cojudo.

f)Sueños de Cojudo, cuyos argumentos son precisamente los que nunca se darán en la vida real.

g)Andares de Cojudo, vértice donde se confunden los cojos, los pisablandito y los Cojudos legítimos.

h)Mentalidad de Cojudo, que es el caldo de cultivo donde se asegura la continuidad de la especie.

i)Delirios de Cojudo, que no consisten en dejar de serlo, sino en perfeccionarse cada día más.

j)Boca de Cojudo, fácil de reconocer en nuestro interlocutor cuando decimos algo inteligente.

k)Pinta de Cojudo, en la que no se debe confiar, porque es el uniforme clásico de los Pendejos.

l)Vestimenta de Cojudo, consistente en todo lo que sólo un Cojudo es capaz de usar.

m)Ideas de Cojudo, vale decir, todas las ideas ajenas o con las cuales no coincidimos.

n)Gestos de Cojudo, o sea, los gestos habituales de aquellos que nos caen mal.

ñ)Actitudes de Cojudo, que viene a ser la Expresión Natural y Químicamente Pura de la Cojudez.

… La «cara de Cojudo», requisito indispensable en el Registro Civil…

Y así, hasta el infinito, porque la Cojudez tiene tantas facetas como el ojo de una mosca o los juramentos de un político. Claro, el Cojudo Total, la perfección absoluta de Lo Cojudo, que reúna las características señaladas en líneas anteriores, de la «a» a la «ñ», no se da con frecuencia y, si hemos de ser honrados, se presenta con la misma periodicidad de un elefante blanco o de un trébol de cuatro hojas. Pero nadie, ni los Cojudos, son perfectos en la vida, y basta con tener una sola de las marcas anotadas para calificar —dentro de un elevado margen de seguridad— al Cojudo que tenemos por delante. Desde luego, y en esto hay que insistir, parafraseando el viejo refrán taurino, «tras una buena cana de Cojudo se puede esconder un gran Pendejo», pero ello queda sujeto a las características de cada caso particular. Repito, puede tenerse ideas de Cojudo y tener el sujeto actitudes perfectamente normales, sin que eso lo salve —lamentablemente— de su triste condición esencial. Porque, siendo la Cojudez múltiple y polifacética es, también, naturaleza de una sola dirección. Quiero decir, al contrario de lo que ocurrió en Sodoma y Gomorra, donde cinco justo hubieran podido salvar a estas ciudades de la destrucción total, en lo tocante a la Cojudez poco o de nada valen el tener todas las virtudes del mundo, todas las ventajas y las condiciones, todos los atributos y los accesorios, si una pequeña sombra de cojudez marca indeleblemente al Cojudo para toda la vida. Se puede tener sonrisa agradable, boca bien formada, vestimenta armoniosa y andares elásticos, pero baste una simple idea de Cojudo, una actitud de Cojudo o un inocultable tono de Cojudo en la voz para que —como ocurre con el minúsculo carbón en los diamantes— el tipo viva, crezca, se desarrolle, se reproduzca y muera con un sello de Cojudo que no se lo quita ni María Santísima. Ahora bien, dado que lo Cojudo Abstracto es, en realidad (por el hecho de su Cojudez Intrínseca) un mundo concreto, no falta en él la parte Gramatical, en todos sus aspectos. Desde el verbo «Cojudear», que la preside (y preside también la sicología nacional) junto con los verbos auxiliares «Haber» (cojudeado) y «Ser» (Cojudo), hasta los adjetivos propios de la Cojudez en Sí. Adjetivos según los cuales se puede ser un:

a)Soberano Cojudo (Sentido monárquico)

b)Rey de los Cojudos (Reconocimiento de la Autoridad)

c)Solemne Cojudo (Acatamiento del Protocolo)

d)Pobre Cojudo (Espíritu Cristiano)

e)Pobre y triste Cojudo (Tendencia a lo Estadístico)

f)Reverendo Cojudo (Religiosidad Insobornable)

g)Tremendo Cojudo (Evaluación de las Proporciones)

h)Gran Cojudo (Honor al Mérito)

i)Medio Cojudo (Criterio Matemático)

j)Pedazo de Cojudo (Fraccionamiento de la Personalidad)

k)Perfecto Cojudo (Sentido Artístico)

l)Cojudote (Hipertrofia Adjetiva)

m)Cojudazo (Inclinación a lo grandioso)

n)Cojudito (Humildad en la opinión)

ñ)Cojudón (Generosidad Retórica)

o)Cojudo a la vela (Afición a lo desconocido)

p)Incurable Cojudo (Preocupación Médica)

q)Cojudo Impenitente (Inquietud Filosófica)

r)Cojudo a Chorro (Proyección hacia el infinito)

s)Cojudín (Ternura Inocultable)

t)Cojudete (Indiferencia Mundana)

u)Cojudotote (Proclividad Reiterativa)

Hay, naturalmente, sinónimos de Cojudo, tales como Bolsiflai, Telengas, Pelma, Bolas Tristes y Pelotas, pero la Cojudez y todas sus variantes tienen tal personalidad y carácter, que las preferencias nacionales se han inclinado mayoritariamente por ella, sin necesidad de imitaciones o sustitutos. De igual manera, como no hay en la vida nada como un «¡Carajo!» oportuno y bien puesto, no existe en la tabla nacional vocablo alguno que, siquiera, se aproxime a lo Cojudo como quintaesencia de la tipología vernácula. Al mismo tiempo, aunque lo Cojudo Esencial es peyorativo (y quien lo dude, que le diga «Cojudo» a uno más grande), la Cojudez puede alcanzar también ribetes de elogio, de entusiasmo y, a veces, hasta de franca admiración, en algunas circunstancias contradictorias, cuando —por ejemplo— nos referimos a un tercero diciendo de él «¡Caramba!, pero qué inteligente había sido ese Cojudo…», o bien «¡Qué Cojudo tan simpático!» y, ya en el colmo de lo absurdo, «¡Qué vivo es este Cojudo…!», donde no sólo juegan lo incoherente y lo opuesto sino un íntimo rencor, esa secreta defraudación que experimentamos cuando, después de haber calificado a un sujeto de «Cojudo», por su exterior, debemos admitir que no lo era tanto, al explorar o escarbar ligeramente en su interior. Sentimos, entonces, como si nos hubiera hecho trampa o como si estuviéramos hablando con un fulano de doble personalidad, con un hipócrita o, en última instancia, con un impostor que no tiene un sólo pelo de Cojudo, o con un Cojudo que no tiene ni pizca de responsabilidad social. ¡El Cojudo tiene que ser, actuar y vivir como tal, sin hacerse el Cojudo, que es una manera indecorosa de no serlo!

Y es en esta gran relatividad de lo Cojudo, en esta plástica elasticidad conceptual de la Cojudez donde reside el secreto que ha hecho de este concepto el eje absoluto de nuestra vida cotidiana. Porque, en el Perú, se puede ser, al mismo tiempo, inteligente y Cojudo, sabio y Cojudo, agradable y Cojudo, vivo y Cojudo, ameno y Cojudo, simpático y Cojudo y hasta Cojudo y Cojudo. Se puede ser Cojudo y cualquier otra cosa más, de igual modo que el calificativo se aplica indistintamente para elogiar y criticar la misma cosa, desde dos ángulos antagónicos. Tenemos, por ejemplo, el caso del fulano al que echaron del puesto y cuya honestidad se discute. Si salió robando, se dirá «¡Bien hecho… eso le pasa por Cojudo!» en el grupo detractor, y «¡Felizmente no fue Cojudo y se forró a tiempo!» en el sector incondicional. Si no robó y se quedó en la calle, carente de posibilidades y recursos, el comentario será esta vez unánime: «¡Muy bien, así aprenderá a no ser Cojudo!». Porque entre nosotros Cojudo es el que hace y el que no hace, el que actúa y el que se paralogiza, el que toma decisiones y el que no asume responsabilidades, el que muere y el que vive, el que acepta y el que niega, como lo es también el que claudica y el que no se rinde. No hay pues escapatoria y, por angas o por mangas, todos terminaremos cayendo en el bautismo de la cojudez. Así nos saquemos la lotería, circunstancia en la que el mismo prójimo que nos llamó Cojudos con anterioridad al sorteo, «por botar la plata en cojudeces», será el primero en felicitarnos, para luego comentar entre los suyos, sin ninguna mala intención, y sólo a los afectos de un impulso casi folklórico del idioma; «¡Pero, ¿han visto la suerte de este Cojudo…?!». Y lo mismo repetirán, en cadena sus familiares y relacionados, sin que esto sea obstáculo para que cualquiera de ellos corra en busca del Cojudo afortunado para solicitarle un préstamo.

Pese a lo anterior y contra lo que pudiera suponerse, la palabra «Cojudo», salvo muy específicas situaciones, carece de una emoción propia y natural. Es una palabra sin odios, sin protervia ni malignidad. Cojudos pueden ser, de acuerdo a las circunstancias, nuestro mejor amigo y nuestro padre, nuestro club (incluido el mobiliario y los porteros), las cosas que amamos y los seres que están más cerca de nosotros. Para quien nos desconozca, parecerá increíble que lo Cojudo pueda ir, circunstancialmente, unido al amor, a la ternura, a la protección e inclusive, a la belleza y a la adhesión total. «¡Dale, Cojudo!», le gritamos al deportista que defiende nuestra parcialidad, como si le estuviéramos inoculando una vitamina y no aplicándole un adjetivo. Y es que lo Cojudo no tiene, tampoco, lógica ni terreno de acción directa. Cojudo es un lugar, un animal, una persona, un hecho, una circunstancia, un mito… Cojudo es todo lo que nos rodea y lo que nos hace falta. Lo Cojudo flota en medio de una alucinante plenitud vital, ajeno al tiempo y al espacio, a Descartes y a la Dialéctica. «¡Al fin descansó este Cojudo…!» se dirá del abuelo fiambre, y «¡Llamen a ese Cojudo del médico!» habrá dicho, sin duda alguna, el mismo abuelo enfermo, pocas horas antes de haberse enfriado para siempre. Cuando decimos, vaya el ejemplo, «¡Qué cerro tan Cojudo!» es como si le insufláramos una vida pensante, circulante y activa; como si repitiéramos el supuesto milagro bíblico del soplo adánico y el cerro estuviera no sólo en condiciones de admitir (y corregir su cojudez) sino en la responsable necesidad de arrepentirse por haber cometido el pecado inexplicable de ser Cojudo. No hay salida. Y si hemos visto que lo Cojudo tiene verbos (que examinaremos más adelante), adjetivos y sustantivos, tiene también las Declinaciones gramaticales que le dan casi la jerarquía de un Esperanto sui géneris, edificado en torno a las fantásticas posibilidades de una sola palabra. Vale decir, de una sola raíz conceptual, descompuesta en el prisma de las seis fórmulas clásicas:

Nominativo: Cojudo.

Genitivo: Pedazo de Cojudo…

Dativo: ¡Para el Cojudo…!

Acusativo: ¡El muy Cojudo…!

Vocativo: ¡Cojudo…!

Ablativo: Con este Cojudo, ni a Misa…

Es decir, lo mismo que el alemán y el quechua. De igual manera, la Cojudez cuenta con una serie medular de interjecciones, aplicables funcionalmente a cada uno de los casos en que se requiere su presencia o uso. Esto es, en todos los casos, sin excepción. Porque del estudio que he realizado en torno a la trascendencia del concepto «Cojudo» en el Perú, resulta que no existe nada, total y absolutamente nada, que escape a la acción y radiación de la cojudez. Es casi como una maldición gitana o como una verdad axiomática enunciada en los viejos infolios milenarios: «¡Todos somos Cojudos, todo es Cojudo, todos nos cojudeamos los unos a los otros…!». Y no lo podemos evitar porque esa condición está ya integrada a nuestro ser, tanto biológica como síquicamente. A tal extremo que no sabemos si la Cojudez forma parte de nosotros, o si nosotros formamos parte de la Cojudez, como entelequia. En el Perú, toda situación se resuelve sin mayor problema, recurriendo simplemente a la interjección cojudáica más adecuada al caso. Es casi una fórmula matemática donde cada fonema tiene valores conceptuales propios, que responden a la frondosa gama de estados anímicos en que oscilamos los peruanos. Así tenemos:

a)¡Qué tal Cojudo…! (Admiración)

b)¡Por Cojudo…! (Reflexión)

c)¡Qué buen Cojudo…! (Halago)

d)¡So Cojudo…! (Definición)

e)¡Se pasó de Cojudo…! (Mesura)

f)¡Este Cojudo…! (Éxtasis)

g)¡Yo no soy ningún Cojudo…! (Orgullo)

h)¡Seré Cojudo…! (Precaución)

i)¡Anda, Cojudo…! (Duda)

j)¡¿Dónde vas, Cojudo?! (Gallardía)

k)¡No me hagas reír, Cojudo…! (Desdén)

l)¡Toma, por Cojudo…! (Experiencia)

m)¡No seas Cojudo…! (Aburrimiento)

n)¡Ya, ya, Cojudo…! (Impaciencia)

ñ)¡Se necesita ser Cojudo…! (Definición)

o)¡A mí no me hacen Cojudo…! (Certeza)

p)¡No te hagas el Cojudo…! (Masoquismo)

q)¡¿Usted me ha tomado por Cojudo…?! (Intriga)

r)¡¿Yo…?! ¡Ni Cojudo…! (Decisión)

s)¡Oiga usted, Cojudo…! (Prepotencia)

t)¡Pronto, hazte el Cojudo…! (Advertencia)

u)¡¿Y yo quién soy?! ¡¿Don Cojudo…?! (Desorientación)

v)¡Un consejo sano! ¡Nunca sea Cojudo…! (Proteccionismo)

w)¡Más Cojudo será tu padre, que te reconoció por hijo…! (Modestia)

x)¡A ver, repítame eso de «Cojudo»…! (Curiosidad)

y)¡Sí, pues… «Cojudo»…! ¡¿Y qué?! (Reafirmación)

z)¡¿Habrase visto, semejante Cojudo…?! (Folklore)

Hay muchas más, naturalmente. Pero ocurre que ya se me acabó el alfabeto y no voy a estar inventando letras como un Cojudo, pese a que también debo ser un Cojudo Parcial —como la inmensa mayoría de los peruanos y extranjeros aclimatados— porque reconozco hidalgamente que, de vez en cuando, tengo mis veleidades de Cojudo y una que otra profunda caída en los abismos de la cojudez. Pero, ¿quién no ha pisado alguna vez la bosta maloliente con que los perros evacúan sus estómagos, ad libitum, en las calles? ¿Quién no ha patinado jamás sobre una cáscara de plátano, describiendo por los aires un doble salto mortal con grito chino y patada a la luna? ¿Quién, por último, puede arrojar la primera piedra en este ineludible renglón donde hasta al rey de los Pendejos le llega su cuarto de hora?

Porque es evidente que hay un cuarto de hora en que, inevitablemente, pisamos el palito y cometemos una o vahas cojudeces, de aquellas que no terminamos de perdonarnos ni a la hora de la muerte. A mí, por ejemplo, que no ejerzo profesionalmente la Cojudez porque ni soy Cojudo recibido ni tendría tiempo para dedicarme seriamente a la carrera, ¿me han cojudeado alguna vez? ¡Me han cojudeado! Y no una sino varias. Recuerdo, por ejemplo, cuando se le murió la madre a Farfán, de la oficina, hace unos veinte años, fecha en la que me entró una cojudez incontenible por trabajar en oficina con horario y todo. Llegó la noticia a las once de la mañana, y a Farfán tuvimos que darle agua de azahar con amoniaco para hacerle recuperar el conocimiento. Verdad es que lo recupero en dos patadas, porque algún Cojudo le dio a tomar amoniaco y a oler el agua de azahar, convirtiendo al nuevo huérfano en un precursor de la sicodelia y en titular de una rara bizquera, consistente en que un ojo le miraba para arriba y el otro le miraba para abajo. Pero Farfán ganaba una miseria y lo único que pedía, entre lágrimas, era un sepelio decoroso para la autora de sus noches (nació a las dos de la madrugada). Fue entonces, conmovido hasta la lipotimia y tocado en lo más hondo de mi solidaridad humana, no sólo le presté —¡adiós para siempre!— un pañuelo finísimo, a los efectos de guadañarse los mocos, sino que inicié una colecta de emergencia para que la vieja se fuera bien embalada al otro mundo. Reuní cerca de quince mil soles, poniendo quinientos de mi propio bolsillo y gestionamos para Farfán dos semanas de licencia con goce de sueldo. Por todo ello, cuando la mamá de Farfán se presentó a los pocos días en la central telefónica, preguntando por su hijo (al que no veía desde ocho años atrás), la operadora se volvió loca, hubo siete privados, seis que se aventaron por la escalera, dos paralizados de terror y uno, el Gerente, que se cagó los pantalones al suponer, como todo el mundo, que la vieja venía de ultratumba y no de Cocharcas, que era donde vivía, según se supo más tarde. Resultado: a Farfán lo botaron como un perro, al Gerente lo cambiaron de país porque si no había tenido autoridad sobre su esfínter (que es tan fácil de ajustar), menos la iba a tener sobre noventa y cuatro empleados que —para usar una figura retórica— se cagaban olímpicamente en él, como él se había cagado —no tan olímpicamente— en sus pantalones, y a mi me colgaron una etiqueta de Cojudo Insigne que sólo el tiempo ayudó, piadosamente, a borrar. De Farfán recién vine a saber hace dos o tres años, cuando se murió él, personalmente, planchado por un ómnibus en la avenida Colonial. ¡Lástima, porque el país perdió a un auténtico Pendejo y yo perdí las últimas esperanzas de recuperar mis quinientos soles, como un auténtico Cojudo!

Para los efectos de medir la Cojudez en función de su Aparición, Intensidad y Derivaciones, a partir de su valor especifico —el Grado Cojugrado— se considera que la clasificación más completa realizada hasta la fecha es la famosa Escala de Vivansky y Lobinsky, célebres investigadores quechueslovacos, realizada en base al estudio de, aproximadamente, dos millones de casos, a estar por la afirmación que han hecho los mencionados profesores y suponiendo que no nos quieran hacer Cojudos con dicha cifra. La Escala de Vivansky y Lobinsky puede considerarse como una obra de consulta indispensable. No sólo para conocer el mundo que nos rodea y saber cuándo estamos hablando con un pobre Cojudo disfrazado de importante, sino para que, al mismo tiempo, nos proteja contra cualquier atentado cerebral que nos quiera conducir por alguno de sus múltiples caminos al Reino de la Cojudez. He aquí la escala.