Como todos saben
el animal más inteligente
que existe es el cachalote.
No va a la luna porque
sólo quiere ser feliz
y tampoco (lo confieso) tiene
el dedo pulgar.
Pero le basta oír una sola vez
la Novena de Beethoven,
o las obras completas de Lennon &
McCartney,
o el Ulisses,
o los Elementos de bibliología,
que su mente computapleja
almacena todo y lo reproduce nota por
nota, palabra por
palabra, en cualquier momento,
por el resto de la vida.
“Profesor Lilly,
Ud. que es el mayor neurofisiólogo
especialista en
physeter macroencephalus,
¿quién es más inteligente:
el hombre o el cachalote?”
“El cachalote, evidentemente.”
“Profesor Lilly,
Ud. que es además
especialista en
delphinus delphis,
¿quién es más inteligente,
el hombre o el delfín?”
“Empatan. Pero los astutos movimientos,
trucos y habilidades del delfín
me llevan a suponer
que el IQ del delfín
sea un poco superior.
Permítame llamar
—continúa el doctor Lilly—
a mi joven (y linda)
asistente, la doctora
Margaret Howe, quien vivió con
un delfín llamado Peter,
durante dos años y medio.”
“Nuestra vida sexual fue un fracaso”,
dice la doctora Margaret,
“él quería,
yo quería.
Peter inclusive estaba aprendiendo inglés,
pero pesqué una pulmonía
en el fondo de nuestra piscina oscura,
y sin más
acabamos.”
“De cualquier forma”,
dice el doctor Lilly,
“la comunicación inter-especies
ya es un hecho.”