Y le dije puedes quedarte con tus tías y tus tíos ricos

y con tus abuelos y con tus padres

y su jodido petróleo

y sus siete lagos

y sus pavos salvajes

y sus búfalos

y con todo el estado de Texas,

queriendo decir las cacerías de cuervos

y tus paseos de los sábados por la noche

y tu biblioteca de tres al cuarto

y tus municipales encorvados

y tus artistas maricas

puedes quedarte con todo eso

y tus periódicos semanales

y tus famosos tornados

y tus sucias inundaciones

y todos tus gatos maullantes

y tu suscripción al Time,

y trágatelos, nena,

trágatelos.

Puedo manejar un pico y una pala de nuevo (creo)

y puedo conseguir

25 billetes por un combate a 4 asaltos (quizá)

claro que tengo 38 años,

pero un poco de tinte puede taparme

las canas;

y aún puedo escribir un poema (a veces),

no lo olvides, e incluso

si no me pagan,

es mejor que esperar la muerte y el petróleo,

y disparar a los pavos salvajes,

y esperar que el mundo

comience.

Muy bien, mendigo, me dijo, lárgate.

¿Qué?, dije yo.

Lárgate. Esta ha sido tu

última rabieta.

Estoy harta de tus malditas rabietas.

Siempre te comportas como un

personaje de una obra de O’Neill.

Pero yo soy diferente, nena,

no puedo

evitarlo.

Eres diferente, de acuerdo,

y ¡qué diferente, Dios mío!

No des un

portazo

al irte.

Pero, nena, ¡amo

tu dinero!

¡Ni una sola vez has dicho

que me amaras a mi!

¿Qué querías

un mentiroso o un

amante?

Tú no eres ninguna de las dos cosas,

¡fuera, mendigo,

fuera!

…Pero, nena…

vuelve a O’Neill.

Fui hacia la puerta,

la cerré suavemente y me fui

pensando: lo que ellos quieren

es un indio de madera

que diga sí y no

y que aguante las llamas y

no arme demasiado jaleo;

pero te estás

haciendo viejo, chico;

la próxima vez

no enseñes

tus cartas.

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