Más de 20 millones de personas asistieron a la Feria Mundial de 1904, vinieron a St. Louis para ver la electricidad por primera vez, escuchar el primer teléfono y presenciar un zoológico de humanos.

Durante el siglo XIX y principios del XX tuvo su desarrollo en algunas de las principales capitales del mundo uno de los puntos culminantes de la crueldad humana, acompañada del necesario morbo y la ignorancia que permitían que las diferencias entre personas se conviertan en un espectáculo de feria.
Así, en ciudades tan aparentemente avanzadas como París, Londres o Nueva York, se propagaron los zoológicos de humanos, a donde los raros, los distintos, los llegados de lejos, “inferiores” o “semihumanos”, eran exhibidos para el solaz y entretenimiento de los “normales”.

El mundo occidental estaba desesperado por ver a los pueblos “salvajes” y “primitivos” descritos por exploradores y aventureros explorando nuevas tierras para la explotación colonial.
Para alimentar el frenesí, miles de indígenas de África, Asia y las Américas fueron llevados a los Estados Unidos y Europa, a menudo en circunstancias dudosas, para ser exhibidos en una vida casi cautiva en “zoológicos humanos”.
Debido al mantenimiento de registros deficiente, el trato clandestino y la gran cantidad de gobiernos coloniales involucrados, es imposible saber el número exacto de personas que participaron en “zoológicos humanos”, pero no es pequeño.
Agentes de rarezas humanas

En su autobiografía de 1908, Carl Hagenbeck, un agente de rarezas humanas, se jactó de que, durante un período de diez años, él, solo, llevó a más de 900 indígenas a Estados Unidos y Europa para exhibirlos.
Los agentes de rarezas humanas, los hombres que adquirían “especímenes” humanos para circos, exposiciones y otros eventos en Occidente, eran intermediarios esenciales que alimentaban esta popular forma de entretenimiento.
Algunos agentes eran hombres religiosos que habían comenzado su trabajo como misioneros, o primeros antropólogos que vivieron y estudiaron comunidades distantes, otros eran empresarios que buscaban capitalizar el deseo del público de quedarse boquiabiertos y objetivar.
Todos, hasta cierto punto, eran traficantes de personas.
Lo que mostraban
Hay muchos casos documentados de estas exhibiciones, sin embargo, hay algunas historias que destacan por la crueldad de las mismas.

Sara Baartman nacio en 1789 en Sudáfrica y pertenecía al pueblo khoikoi, a los 21 años fue llevada a Londres para ser expuesta debido a que padecía de esteatopigia, una acumulación grande de grasa alrededor de los glúteos, la presentaban desnuda y la obligaban a bailar y tocar instrumentos musicales propios de Africa, en 1814 fue vendida a un domador de fieras, fue prostituida y cuando murió se hizo un molde de su cuerpo para ser mostrado en el museo de historia natural parisino.

El jardín de aclimatación en París, fue sede de nativos expatriados a la fuerza, que fueron obligados a hacer giras europeas, había una variedad de etnias y entre estas cabe destacar la presencia de 11 Kawésqar (habitantes de Tierra del Fuego) y 14 mapuches, que fueron obligados a reproducir sus costumbres una y otra vez, aún en condiciones climáticas desfavorables y expuestos a muchas enfermedades.

Ota Benga fue un pigmeo de la etnia batwa, quién había sobrevivido a una de las matanzas realizadas por las Force Publique y vendido posteriormente como esclavo, fue comprado por Samuel Phillips Verner junto a otros 8 jóvenes africanos para ser presentado en 1904 en la feria universal de St. Louis.
Luego de hacer varias giras en condiciones deplorables, fue llevado al zoológico del Bronx y fue exhibido en una jaula con monos, tras la indignación de muchos ministros cristianos, lograron llevarlo a un asilo para negros pero nunca pudo terminar de adaptarse y fue así que en 1916 se suicidó.