Las elecciones de Colombia jhan polarizado hasta el sentido común. Los adherentes de un candidato lo defenderán aún sin saber por qué con tal de no aceptar sus miserias expuestas. Nadie, de lado y lado, está dispuesto a escuchar razones aun cuando éstas sean como las que se erigen contra Rodolfo Hernández, el declarado seguidor de Hitler que inventó una serie de condiciones absurdas para no debatir sus ideas con el ex guerrillero Gustavo Petro.

Hernández pasó a segunda vuelta con un discurso populista con el que promete acabar la corrupción. Valga aclarar que ningún gobernante de Colombia se ha montado en la silla sin hacer la misma propuesta falaz. De ahí en más, Hernández no ha sido capaz de elaborar una sola propuesta clara sin incluir en sus discursos insultos o absurdos. Eso no es suficiente para sus defensores: basta que no sea Petro para votar por él.

La situación es tan curiosa que los que hasta hace un mes lo consideraban una ficha más del “Castrochavismo”, como tanto pregonaba el pastor de la iglesia paramilitar y hoy enmudecido Álvaro Uribe, se acercan a Hernández con devoción absulta para salvar los trastos y defender a Colombia de la “amenaza comunista”.

No hace mucho circulaba un panfleto: “Colombianos, voten bien, por buscar un cambio a los venezolanos les tocó cambiar de país”. Es cierto, como también es cierto que la diáspora colombiana es tres veces más grande que la venezolana y continúa. Se estima que siete millones de colombianos han abandonado el país por el desangramiento incesante (incluido el que escribe y familia). Tan solo ésta semana Estado Unidos refrescó las cifras, para recordarle a Colombia que éste año el ingreso de personas indocumentadas de ese país alcanzó niveles récord.

Pero la sordera va más allá de cualquier razonamiento. A Hernández le bastó con decir un par de groserías para conquistar el corazón de los viudos de Uribe, acostumbrados a la idea patriarcal de liderazgo y hoy no existen razones para dialogar de forma objetiva sobre la curiosa paradoja que el autodenominado candidato contra la corrupción esté imputado por delitos de corrupción en una causa en la que su hijo ya confesó el delito. No importa, para los votantes del absurdo eso no cuenta y nunca podrán aceptar que por no votr por Petro hace cuatro años le entregaron el país a un inepto con más condiciones de presentador de televisión que de gobernante.

Rodolfo Hernández se negó a debatir si no se cumplían unas condiciones: en su ciudad, con sus temas y con sus periodistas entrevistando. Nada de parcialidad. Aun así, Petro aceptó ir al circo que el empresario quiso montar en una jugada de póquer que le salió mal. Apostando a que Petro no aceptaría sus condiciones, se pegó un tiro en el pie, ese que tanto ofrecía por ahí a un cliente suyo a la voz de “le pego su tiro, malparido”.

Al verse acorralado por la inminencia del debate, Hernández tuvo que aceptar que nunca quiso debatir, que era una jugada más y salió a leer un comunicado que a juzgar por sus habilidades lectoras, ni siquiera él entendió.

 

De cualquier forma, esto no es suficiente como para que pierda votos entre los suyos, a estas alturas la mitad del país. Porque más allá de los exabruptos y la falta de propuestas, Hernández representa a medio país que no quiere saber de tranzar con la izquierda, a quien culpan de todos sus males a pesar de no haber gobernado jamás.