Lo que me das
es el extraordinario
sol que vuelca su luz
sobre los árboles atónitos.
Una rama
con frutos se agita
bajo las patas de algún pajarito.
Conozco
otros placeres –tienen un gusto amargo,
parecen destilados de raíces,
y sin embargo tengo sed de ellos.
Pero tú–
tú me das
ese rayo dorado de la luz
del día en la medianoche
del cuerpo,
la tibieza del mediodía de otoño
entre las sábanas, en la penumbra.
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